Justo en el momento cuando el cura ordenó a todos los presentes de cerrar los ojos y guardar un minuto de silencio por el pobre difunto; éste, se sento en su ataud y recorrió con la mirada toda la sala para ver quienes estaban presentes, luego, soltando una pequeña lagrima, se despidió con un ligero movimiento de su mano y se volvió a acostar en su ataud, antes de que un pequeño travieso abriera los ojos antes de que se acabara el minuto de silencio.