Súbitamente, al acercarse el final del año escolar, Enmanuel empezó a bajar su rendimiento en la escuela: no quería estudiar, ni mucho menos levantarse temprano para ir a clases. Al notar esto, su padre, se le acercó una tarde y le preguntó:
- ¿Por qué tus notas están bajando, hijo? ¿Por qué ya no te gusta ir a la escuela? ¿Te maltratan tus amigos? ¿Tu maestra?- No, papá, no es por eso.
- Y entonces, ¿Por qué? ¿Puedes explicarme?
- Porque en la escuela, poco a poco, día a día, he aprendido que la magia no existe y que la realidad aplasta nuestros sueños a medida que crecemos y aprendemos más y más cosas.
El padre de Enmanuel, atónito, se quedó en silencio por un par de minutos luego de escuchar la respuesta de su hijo; y no fue hasta que se le ocurrió una gran idea que finalmente le dijo.
- ¿Y si yo te digo que la magia si existe y que los sueños si se hacen realidad?
- Tendrías que probarmelo.
- Bueno, ¿Qué te parece si hacemos un trato? - le dijo su padre.
- ¿Cuál? - inquirió Enmanuel perspicazmente.
- Si mejoras tus notas y vas todos los días a la escuela, yo te doy un regalo mágico.
- ¿En serio? ¿Me darías un regalo mágico? ¿Mágico de verdad?
- Si.
- ¡Está bien, trato hecho, papá!
Enmanuel mejoró sus notas y fue el mejor alumno de la clase.
- ¡Muy bien, Enmanuel! - lo felicitó su padre cuando lo fue a recoger el último día de escuela.
- ¿Y mi regalo, papá? ¿Recuerdas que hicimos un trato?
- ¡¿Como olvidarlo, hijo?! Tu regalo, espera por tí en la casa.
Cuando llegaron, a casa, Enmanuel encontró una caja de cristal con un camaleón adentro.
- ¿Éste es mi regalo, papá, una lagartija? - se quejó Enmanuel - ¡Tú dijiste que iba a ser mágico!
- Pero lo es hijo, esta es una lagartija mágica, mira, mira como cambia de color cuando la movemos a otro entorno diferente.
- ¡Mira papá! ¡Si es cierto! ¡Está cambiando de color! ¡Yo sabía que la magia si existe! ¡Gracias papá!
- De nada hijo, espero recuerdes esté día por siempre, y nunca olvides las palabras que tú mismo acabas de pronunciar.
- Si, papá, ¡nunca lo olvidaré! - dijo Enmanuel, pegando brinquitos y llevando la lagartija mágica de un lugar a otro para que esta cambiara de color - ¡La magia si existe! ¡La magia si existe!
Y desde ese día, Enmanuel creyó por siempre en la magia, incluso, después de descubrir, dos meses más tarde, que la lagartija no era más que un camaleón.