Cuando entró a la oficina del detective, y vio a aquel hombre alto, formido y misterioso parado al lado de su ventana, su corazón le dió un brinco y sintió como si el aire le faltara.
- Buenos días, Señorita, ¿en que la pueda ayudar? - le preguntó el detective al verla, con una voz gentil y mirándola fijamente a los ojos.
- Yo, éste... - titubió, perdida en los ojos marrones de aquel hombre tan majestuoso - yo había venido a contratar sus servicios para que me ayudara a encontrar el amor de mi vida; pero...
- ¿Pero? - inquirió el detective.
- Pero creo que ya lo he encontrado - le respondió ella sonrojandose.