Cansado y con ampollas en los pies, el niño, hambriento, sucio y despeinado, se acercó al último contenedor de basura que quedaba en la calle; allí empezó a hurgar la basura, con la esperanza de encontrar algo que pudiera comer; pero sin obtener mucho éxito al principio, sin embargo, cuando estaba a punto de darse por rendido, se encontró una cajita roja de asas amarillas, que tenía en su interior: un par de hojas de lechuga, una rodaja de tomate, una de pepinillos, un pedazo de pan, y varias papas fritas mordisqueadas.
Al ver esto, el rostro del niño se iluminó, y abrazando la cajita fuertemente, para que nadie pudiera quitársela, regresó corriendo a debajo del puente, del cual vivía, para darse su gran banquete.