III (Parte 1)

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La casa era enorme, tanto que tenía curiosidad por entrar y ver que se escondía dentro, pero la curiosidad no era tan grande como las ganas de escapar. Trague saliva sin apartar la vista de los ladrillos y grandes faroles en la entrada, pero igual, nada daba señales de ser un lugar que confiara, todo se veía muy tétrico.

Sentí la mano de mi madre apretar la mía, pase la vista a ella y negué. Sus labios se tensaron y se agachó los centímetros que nos separaban gracias a sus altos tacones.

—No quiero—hubiera querido que sonara como una orden, pero de mis labios solo sonaban como suplicas.

Ella chasco su lengua y paso su mano a mi cabeza, acariciando mi cabello lentamente, su tacto... se seguía sintiendo extraño.

—Estaré contigo, cariño—clamo con una sonrisa—. Entrare contigo y luego decides si quieres hablar con ella o no, ¿vale?

Pensé algunos segundos, no quería entrar a ese lugar, quería estar en mi casa, en mi habitación, como lo había estado toda la semana. Pero sabía que no podía negarme, ella se estaba esforzando para que entendiera lo que ocurría, aunque entender era imposible.

Y tal vez la psicóloga tendría la respuesta a todas mis preguntas.

Asentí y ella sonrió. Tomo mi mano una vez mas y juntas caminamos hacía la puerta de madera, esperamos unos minutos a ser atendidas cuando tocamos timbre, estuve atenta a que la madera crujiera una vez que el picaporte comenzó a moverse, pero fue un caso excepcional y detrás de ella se escondía una mujer.

Era alta, demasiado delgada, las facciones de su rostro eran rectas y perfectas y llevaba unos lentes de pasta que descansaban en el puente de su nariz. 

Quedo observándome un buen tiempo, con su gesto neutro para luego pasar la mirada hacía mi madre, quien sonrió.

—Espero que no le moleste haber llegado unos minutos antes—se disculpo la mayor.

El semblante de ella no cambió, se mantuvo serena y solamente inclino su cabeza.

—Me gusta la puntualidad— bramo, mi madre se aproximo a pedir disculpas pero la mujer alta actuó rápidamente—. Sean bienvenidas, pasen, por favor— dijo logrando que me confundiera un poco por su drástico cambio de humor.

Se hizo a un lado extendiendo su brazo, me quede allí en mi lugar hasta que mi madre reacciono y tomo mi mano, juntas entramos observando cada detalle del lugar. Los sillones eran grises, y las paredes pintadas de blanco, el ambiente hostil logro que mi piel se erizara, pero la palma de mi madre supo como garantizarme protección.

—Siganme—pidió pasado por un lado de nosotras y ambas la seguimos a la par.

Era un largo pasillo, y al final se encontraba una puerta con una placa dorada remarcaba la palabra consultorio.

Se aproximo y abriendo la puerta nos ofreció el paso, las decenas de diplomas llego a mi visión, todos colgado en las blancas paredes, demostrando sus grandes éxitos a lo largo de su vida.

Paso por nuestro lado y se sentó detrás de un escritorio, ordenando perfectamente algunos papeles para luego invitarnos a sentar frente a ella. 

Mi madre se sentó primero y luego palmeo la silla junto a ella, suspire por mis adentros y me senté en el sillón negro que emanaba olor a cuero sintético.

—Así que—comenzó buscando entre las carpetas de encima del escritorio hasta toparse con una azul—. Lara, ¿verdad?

Mi madre fue la que asintió.— Si, Lauren, es Lara— asintió—. Ella aún esta asustada para poder contestar.

La aludida paso su vista una vez mas a la mayor y pude captar como alzaba una de sus finas cejas.

—¿Ha quedado muda?— cuestiono y mi madre negó.

—Ella ha ten-

—No veo el problema entonces— dijo—. No hay ninguna clase de problema para que ella no hable, además ya entraremos en confianza para cuando tú te retires.

Mi garganta se seco al procesar su exclamación, no, yo no quería quedarme sola con ella, no quería alejarme de mi madre, quería salir de allí, quería esconderme, quería huir. Mi madre se dio cuenta de mi pánico y acarició mi palma con su pulgar.

—Lauren, no creo que sea buena idea—clamo pero ella jamas aparto su mirada de la carpeta—. Sera mucho mejor que me quede en la primer consulta.

Aquello basto para que Lauren la volviera a observar con su rostro fruncido.

—Déjame pensar—espeto dejando la carpeta a un lado—. ¿Estas dudando de mi? ¿estas dudando de mi trabajo y mi capacidad para quedarme sola con tu hija?— cuestiono, mi madre intento intervenir pero ella alzo una mano, logrando que callara—. Y también estas dudando de tu hija. Madeline, tu hija aún tiene una gran capacidad, ella escucha, ve y sigue sintiendo lo que las dos y todo el mundo también, con normalidad. Ha tenido un gran problema, pero hay que permitirle seguir y volver a crecer, no mantenerla encerrada en una caja de cristal.

Una vez que se calló, dejando sin habla a mi madre, volvió a abrir la carpeta. Mi madre dejo de protestar ante el problema, y eso me asustaba, porque sabía que le había bastado para convencerla.

Quince minutos después, y que mi madre respondiera algunas preguntas, Lauren volvió su vista a mi, por segunda vez desde que había llegado.

—Tu madre se debe ir, Lara— dijo—. Ahora quedaremos nosotras solas por un momento, cariño.

El pánico entro en mi, apreté aún mas la palma de mi madre y la mire con suplica, pero lo único que hizo fue pararse y besar mi frente.

—Estaré en la sala, mi vida— pronuncio—. Saldrás rápido de aquí y luego iremos a tomar un helado.

Intente protestar pero mi garganta estaba seca, y no quería hacerlo delante de Lauren.

Ella beso nuevamente mi frente y a paso lento abandono la habitación cerrando la puerta. 

Suspire y pase mi vista a la única persona que estaba en la recamara, y Lauren me sonrió casi con simpatía.

—Empecemos con este gran problema, Lara. 





Sh...Es un secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora