XXIII

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Los dedos ágiles de mi padre bailaban sobre las teclas del piano, una hermosa melodía emanaba de este, mientras esperaba ansiosa por su finalizar y poder repetir la pieza con la experiencia que tenía, y que me había enseñado con el paso de las semanas.

Me observo y sonrió mientras tocaba las últimas teclas.

Un hermoso aturdido quedo en mis tímpanos, y sonreí con satisfacción.

—Falta poco para que comiences las clases—canturreo revolviendo mi cabello—. ¿El lunes que viene es, verdad?

—Si—rodé los ojos restando importancia, aunque la angustia de comenzar hacía que mi estomago se  revolviera.

Hizo un ademan para que comenzara a tocar el piano, y lo hice. El asentía cada vez que tocaba cada tecla, y miraba de reojo la libreta con las claves. Suspire cuando por fin termine y el me aplaudió, como siempre lo hacía cada vez que tocaba.

—Te tengo una oferta—comenzó mientras comenzaba a tocar teclas al azar—. ¿Que te parece si te llevo a pasear el viernes antes de comenzar las clases?

—¿A pasear?—fruncí el ceño, aunque la idea ya me parecía tentadora.

—Claro—asintió encogiéndose de hombros—. A los centros comerciales, ¿eso hacen ustedes las mujeres no?

—Puede ser...—alargue las palabras, y sonrió.

—Y puedes elegir ropa para ti, accesorios, y todas esas cosas, ¿maquillaje?—comento y arrugue el ceño, dando una pequeña negación—; lo supuse—agrego, y otra vez revolvió mi cabello.

Se paro del banco y camino hacía el centro del living, en dirección a la cocina. Me gire, y capte su figura, aclare mi garganta antes que desapareciera por el marco.

—¿El viernes?—cuestione y asintió—. ¿Y que hay con la sección de Lauren?

Por una segunda vez se encogió de hombros.— Puede ser un secreto y no le diremos a tu madre. 

—Bueno, solo con una condición— alce mi indice, en el momento que me levante y camine hasta quedar frente a el—. Si me compras un gato.

—¿Un gato?—arqueo una ceja y asentí.

—Un gato blanco.

—Sabes que odio a los gatos...

Luego de una media hora convenciendo para traer el animal a la casa, y dando razones suficiente para cuidarlo, al final termino accediendo. Y el viernes iríamos al centro comercial, a escondidas de mi madre.

*

En la tarde de ese miércoles, mi madre no se encontraba en casa en todo el día, puesto que el lunes también comenzaba sus labores pero en el trabajo. Había sido difícil poder convencer, y que no quedará con culpa de poder volver a sus días de trabajo. 

Observe paciente a mi padre, y como este murmuraba una canción mientras picaba las verduras, sus manos eran habilidosas, y cuando ofrecí mi ayuda, solo negó.

—¿Por qué no?

—Porque ya estoy terminando, tesoro—respondió tirando las últimas verduras al agua hirviendo—. ¿Quieres salir al parque?

—¿Puedo ir sola?—cuestione, pero supe que no le había parecido buena idea, por el gesto de disgusto que marcaron sus labios—. Necesito estar sola...unos minutos, juro que estaré aquí en una hora, por favor.

Con mis ojos mas abiertos, marcaron una suplica, su gesto no se disminuyo hasta unos minutos luego, que al final suspiro y asintió.

Grite con emoción y me pare de la silla, gire la mesa y lo abrace. También correspondió el abrazo, y luego me dio un beso en la frente.

—¡Eres el mejor!—exclame emocionada cuando me separe y corrí a la salida de la cocina.

Aclaro su garganta, acto que hizo que me detuviera y girara para observarlo una vez mas.

—Sabes que si no estás acá antes que tu madre vuelva, probablemente me matará.

Sonreí y asentí.— Lo se, y no te preocupes, solo será una hora.

Ahora fue el quien asintió, y me dirigí a la puerta principal.

En la calle habían niños jugando al fútbol, y algún grupo de amigas charlando o andando en patines. Los mire con determinación a cada uno de ellos, y alguno de estos me sonrió, y otros me saludaron. 

Camine las calles que me hacían falta hasta llegar al parque, y busque el banco mas alejado del equipo de fútbol americano. Y aunque trate de pasar desapercibida por todos los ojos, fue difícil escapar de un par en especial. 

No me detuve cuando sentí los gritos de mi nombre siendo pronunciado, no hasta que llegue a la banca. Me senté en una de las esquinas, y Thomas en la otra.

—¿Lara?—pronuncio una vez mas pero no respondí—. ¿Piensas ignorarme para siempre?—y nuevamente silencio de mi parte, el rubio se cruzo de brazos, mi vista nunca estuvo en sus ojos, y si lo hubiera hecho ya estuviera cautiva de su tentación para que respondiera—. Sabes que no quise decir eso, y no quiero estar así contigo, Lara.

—Yo no estoy loca, Thomas...

—Lo se—dijo de inmediato, y pude sentir como se deslizaba por el banco, quedando junto a mi, me tense ante su presencia cercana, pero mantuve mi compostura—. Lo siento mucho, en verdad. Sabes que no quise decir eso.

—¿Sabes algo Thomas?—susurre con calma, como si sus palabras ni su voz afectaran mi sistema nervioso—. Estoy harta de los no quise, porque las palabras no salen de tu boca si no hubieses querido.

El no respondió, aunque sentí sus palabras trabadas en su garganta, formulando una respuesta. Pero todo quedo en calma y en silencio por unos largos segundos, en donde recibimos miradas del grupo de fútbol americano, y a lo lejos se escuchaba como gritaban el nombre del rubio.

—Yo solo quería disculparme. Porque supe que me había equivocado...

—¿Y cuantas disculpas crees que aceptare?—esta vez gire bruscamente mi cuello, encontrándome con sus ojos—. No soy un maldito juguete de pedir disculpas, y estar esperando días para que tu cabeza procese que algo estuvo mal, ¿y piensas que siempre te disculparé?, tienes un perfil muy equivocado de mi.

Presto atención a todas mis palabras, y fui consciente como se pecho bajaba y subía con cada confesión.

—Nosotros progresaremos cuando tu te des cuenta que el único que comete errores no soy yo—susurro y se puso de pie.

Se alejo de mi, a paso lento, esperando alguna palabra para que lo detuviera. Pero nunca eleve la voz para llamarlo.

Y así poco a poco todos se habían alejado de mi. Y estaba sola.

O no tal sola.

Sh...Es un secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora