XXIV (Parte 3)

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Dos platos de estofado estaban servidos sobre la mesa, humeaban junto a la luz de las velas, y Peter seguía murmurando la canción. Me detuve observando sus pasos, se encontraba en pie, con un cuchillo en sus manos cortando lentamente algunas rebanadas de pan.

Mi vista estaba fija en sus movimientos, tomar la cuchilla, acomodarla en su mano y lentamente cortar la superficie del objeto, para luego despegarlo completamente de si mismo.

Una rebanada tras otra rebanada.

Así como hizo con los cuerpos descuartizados.

Mi cuerpo se erizo al pensar eso, y las ganas de llorar me inundaron otra vez. Quería escapar de allí, quería gritar, llorar y encerrarme en mi cuarto, escapando de la realidad.

Porque esta no podía ser la realidad, no podía ser esta realidad.

Los relámpagos alumbraban cada centímetro de la casa, y el sonido de los truenos venía después, marcando temblores mas pronunciados en mi cuerpo.

Mi respiración se acorto cuando sus ojos chocaron con los míos, ya había terminado de rebanar todo el pan.

—Cariño...—su voz, su voz ya no sonaba como siempre—. Toma asiento, no queremos que la comida se enfríe.

Nuestras vistas siguieron en pie en cuanto avance hacía el otro extremo de la mesa y me senté, el aroma del plato hizo que mi estomago diera vueltas. 

Quería vomitar, era repugnante estar frente a él.

—Tu rostro—anuncio mientras llenaba su cuchara con estofado y la llevaba a su boca—. Has estado llorando.

Solo negué, no quería que me descubriera por el sonido de mi voz.

—¿No quieres comer?—pregunto, dando un sorbo a su copa con vino.

Pero yo quería otras respuestas, aclare mi garganta y me enfoque en sus ojos. 

Esos ojos que al principio me dieron confianza, se había desvanecido por completo, y ahora solo emitían terror.

—¿Qué hacemos acá?—cuestione, sorprendiéndome del tono de mi voz.

Pater sonrió, dejando la cuchara sobre la mesa, y entrelazando sus dedos.

—Es mi lugar preferido...

—¿Por qué no le has contado nada a mamá, por qué ella no sabe que estamos aquí?

—Tu eres mi hija también, puedo llevarte a pasear.

Mi respiración ya volvía a ponerse agitada, mi pecho comenzaba a subir y bajar con desespero.

—¿Por qué no le has contado a nadie?

Y por su gesto de disgusto supe, que aquella pregunta había colmado su paciencia.

—Creo que también sería justo que yo jugara al juego de las preguntas—musito.

Su voz sonaba mas ronca y baja, pero precisa.

—¿A que te refieres?—balbucee, sintiendo mi garganta seca.

—¿Qué hacías hablando por teléfono?—cuestiono.

Su rostro ya no era el mismo, sus ojos estaban mas abiertos y su ceño fruncido. 

Miedo, terror y pánico.

—¿Qué?—fue lo único que salió de mis labios.

—¿Qué hacías en la azotea?—pregunto.

Sh...Es un secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora