Capitulo41. La enorme familia Weasley

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Me bajé del coche cual protagonista de película americana y miré la casa que parecía que en cualquier instante fuera a derrumbarse.

- Hogar, dulce hogar.- oí que dijo Ron a mis espaldas.

Cogí mi ligero baúl y me aproximé a la casa.

Una señora mayor, con el pelo entre canoso y pelirrojo y regordeta nos esperaba en la puerta con una amplia sonrisa. Nos paramos en seco todos delante suya.

- Ronald, no sabes lo orgullosa que estoy de ti.- le dijo tras mirarnos con los ojos muy achinados, como sí forzara la vista para poder ver mejor.

Me giré a ver a Ron, que parecía que esa mujer no le había dicho eso muchas veces en su vida.

- Pasad, pasad. Niños.- nos dijo abriéndonos paso a un pequeño salón.
Mis hermanastros la saludaron dándole muchos besos, y en cuanto acabaron, subieron corriendo por las escaleras. Por cada paso que daban parecía que la casa se iba a caer. Este lugar daba miedo, era como estar en una película de miedo, la casa encantada.

Obviamente, encantada estaba, porque en ella vivían magos y brujas y utilizaban la magia para sus quehaceres.

- Hermione, cariño. Cada día me asombras más con tu belleza.- le dijo ahora la señora a mi madre adoptiva. Y tras esto se fundieron en un tierno abrazo.

Mientras tanto, tanto mis hermanos como yo parecíamos estatuas, y creo que pensaban igual que yo: como me mueva, la casa se viene abajo.

Cuando las dos mujeres se separaron de su tierno abrazó la mujer empezó a mirarnos más lentamente, uno por uno. Me recordó a los policías de aduanas, que te miran de arriba a abajo para saber si mientes o para pillar a los intrusos. Llegada a mi, puso una cara rara, entre una mueca y una cara de nostalgia.

- ¿Ella es como Tonks?- les preguntó a Ron y a Hermione, mientras me señalaba con la cabeza.

- No, mamá.- dijo Ron con una sonrisa en los labios.- Simplemente es una chica rebelde que se ha coloreado el cabello con unos productos muggles.

Me volvió a mirar, esta vez como sí yo estuviera loca, a lo que le sonreí educadamente.

- Bienvenidos a mi dulce morada. Soy la abuela Molly, y por favor os lo pido, llamadme abuela. Porque tengo demasiados niños y si me llamáis por Molly, un día acabaré perdiendo la cabeza.- dijo y se rió ella sola de su propio chiste.- Muy bien. Os alojaréis, en dos cuartos, los chicos buscad a Hugo, hemos puesto camas suficientes en ese cuarto. Las chicas, vais con Rose. Subid y dejad esos pesados baúles. Rápido, la comida casi está.

Maldije para mis adentros no poder usar la magia fuera de Hogwarts, porque tendría que subir yo, con mi fuerza, el estúpido baúl por las escaleras de la muerte. Si, decidí llamarlas así, porque, para empezar, cada escalón estaba a una altura, algunos estaban hundidos por el centro debido al uso, y otros estaban bien; para seguir, eran largas y cada paso que dabas hacia crujir toda la estructura.
Lo que yo decía, la casa maldita.

Encontramos a Rose en la tercera planta, y menos mal, no pensaba seguir subiendo el baúl por las escaleras. Al pasar, vi a los chicos seguir subiendo, y como persona infantil que soy no pude evitar reírme de ellos.

En el cuarto habían dos literas, Rose estaba ya instalada en una de ellas, así que Cara me siguió hasta la otra litera.

La tensión se podía palpar en la habitación. Lo ignoré por completo, como a Cara, que me pidió educadamente la litera de arriba, y se la cedí, por el simple hecho de ser vaga para subir a la cama cada vez que quisiera acostarme.

Metí el baúl bajo la cama y salí de la habitación cerrando la puerta para así, por fin, poder escapar de esa agobiante tensión que había tratado de ignorar. Al salir deja escapar aire que había retenido en mis pulmones, pero que no recordaba haberlo hecho.

Conociendo HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora