7 | No seas amargado

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Capítulo 7: No seas amargado.

Matt.

Conduje a través del estacionamiento, mirando por mi ventana niños con chaquetas, chicos con bufandas, y mujeres usando largos abrigos. Avancé hasta conseguir encontrar un lugar libre un poco lejos de la puerta de entrada y la taquilla. Aparqué el auto antes de apagarlo. Al mirar el reloj noté que faltaban unos quince minutos para las diez. El hecho de que Roxanne viniese a la ciudad después de tantos años me tomó por sorpresa, pero me alegró también. Era mi mejor amiga, y la extrañaba. Me haría bien un poco de normalidad –o al menos, todo lo normal que Roxanne podía ser–.

Me apresuré a tomar mi chaqueta para después abrir la puerta del auto y descender. Levanté la vista, topándome con el nombre del museo en grandes letras marrones en la parte superior de la fachada del edificio. Me coloqué la prenda, cerré el coche y comencé a caminar hacia la entrada. No habría dado más de diez pasos cuando mi móvil sonó, anunciando que alguien llamaba. Lo tomé sin fijarme realmente en quién estaba del otro lado de la línea y atendí.

—Hola, ya estoy casi en la entrada —dije de inmediato, creyendo que podría ser Roxanne preguntándose dónde estaba.

—¡¿Por qué no me dijiste que era un maldito museo de chocolate, Blake?! —Me detuve en seco en medio del estacionamiento y, como si fuera alguna especie de reflejo, miré por sobre mi hombro hacia mi auto y el libro que había dejado adentro—. No es solo un museo, ¡es un museo de chocolate! —siguió gritando Char. Oí una bocina, y al voltear a ver me di cuenta de que estaba obstruyendo el paso de los coches. Me hice a un lado, dejándoles el camino libre—. ¿Por qué demonios no me lo dijiste?

—Yo...

—¡Es de chocolate, maldición! —añadió sin dejarme hablar antes de usar un tono suplicante. Casi podía verla en frente mío juntando las manos y haciendo un puchero—. Por lo que más quieras, Matt, tienes que llevarme.

—¿Qué? —pregunté, sacudiendo la cabeza aunque no podía verme—. Lo siento, eso no va a suceder.

—¡¿Por qué no?! —exclamó indignada tan alto que tuve que alejar el móvil de mi oído—. Matt, es un museo de chocolate. De chocolate. Tienes que llevarme. ¡Hasta te prometo que no interrumpiré tu cita con Roxanne!

—¿Qué? ¡No es una cita! —respondí de golpe en un volumen más alto de lo que pretendía. La escuché reírse, denotando no creerme una palabra.

—Sí, como digas. Te daré la razón si aceptas llevarme.

—No suena como una buena idea, Char.

—Matt, ¡por favor! ¿Cuándo tendré otra oportunidad de ir? Tienes que acceder —insistió casi en un lloriqueo—. Tienes que llevarme. Por favor. Por lo que más quieras en este mundo. Te lo suplico. ¡Por favor!

Antes de oír otra más de sus súplicas, corté la llamada. No tenía tiempo para escuchar sus peticiones. Por lo poco que alcanzaba a conocerla, sabía que era demasiado anímica e infantil como para poder controlarse en un museo de chocolate. No quería que se metiera en problemas. Además, con Roxanne ya tenía suficiente. No me apetecía perder la cordura ese día.

Pareció no rendirse. Volvió a llamar, solo que pasé del timbre de mi móvil y no le atendí. Seguí mi camino hacia la puerta por detrás de los coches, cruzando hacia la acera que llevaba directamente a Dairy, sin dejar de sentir a cada minuto la vibración de mi teléfono y el sonido de que alguien me estaba llamando. Para cuando llegué, debía de haber tenido unas diez llamadas perdidas. ¿Por qué era tan insistente esa chica?

Evadí a varias personas en búsqueda de mi amiga, siempre acompañado del mismo sonido. Ignoré una vez más su solicitud, pero no pasó demasiado hasta que volvió a tratar de que le contestase. Muchos de los presentes me observaban de reojo, casi como si estuviesen incómodos por la insistencia de Char. Empezaba a perder la paciencia. Lleno de irritación, lo saqué del bolsillo de mi chaqueta al tiempo que la llamada se perdía, pero a los dos segundos la pantalla volvió a iluminarse, marcando su nombre. Era obvio que no iba a dejarme en paz.

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