47 | Gata, coneja, hombre lobo y Matt

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Capítulo 47: Gata, coneja, hombre lobo y Matt.

Char.

—Hey. —Una caricia suave en mi mejilla me hizo gruñir al despertarme. Me removí, pero me quedé congelada cuando una punzada de dolor estalló en mi abdomen. Tuve que ahogar un quejido para no dar rastros de que estaba mal—. ¿Cómo te sientes? —preguntó Matt, haciéndome abrir los ojos para encontrarlo sentado en el sillón frente al sofá. Pasaba cariñosamente su pulgar por mi pómulo.

—Algo... Mejor, sí —mentí. En realidad, el dolor seguía exactamente igual; como si decenas de agujas en llamas estuviesen tratando de abrirse paso por mi cuerpo. No había empeorado, aunque tampoco mejoraba.

Los oficiales habían ofrecido llevarme al hospital para una revisión de seguridad, pero estaba tan asustada que me negaba a quedarme más tiempo, así que Matt me trajo a la nueva casa que había conseguido. Tenía un pequeño garaje y dos pisos. Las habitaciones, una oficina y uno de los dos baños estaban en el segundo; y la sala de estar, la cocina y el otro baño, en el primero. Todavía había algunas cajas de cartón y varios muebles seguían cubiertos por mantas.

Al llegar, pude darme un baño caliente para relajarme un poco. Los golpes que tenía en mi torso y brazos llegaron a asustarme, pero parecían solo moratones. Estaba segura de que se desvanecerían como cualquier otro hematoma, aunque de todas formas seguían doliéndome. Había planeado quedarme en Birmingham hasta recuperarme un poco y encontrarme dispuesta para volver.

—¿Cuánto dormí? —quise saber. Mi novio miró sobre mi cabeza a un reloj de pared.

—Unas dos horas —respondió—. Te traje esto.

Matt me tendió un vaso con agua. Me senté en el sofá en el cual estaba acostada para después recibírselo, apretando los puños para evitar quejarme. Obligué a mi cabeza a ignorar el dolor y lo miré.

—Gracias.

Di un sorbo y volví la cabeza hacia la ventana semi-cubierta por una cortina gris. Más allá veía infinidad de calabazas en los pórticos de las demás casas de la calle, las cuales iluminaban con un aire tétrico los jardines. El sol desaparecía lentamente en el horizonte y la oscuridad consumía el alrededor. También vi unos pocos niños que corrían por la acera con disfraces; un Superman, una planta y una bruja.

Esa noche era Halloween y solo podía pensar en que mi situación no era exactamente la mejor. Si bien Matt era con quien quería estar, podría ser también disfrazada con Matt afuera, molestando y pidiendo dulces –mi filosofía era que nunca se era demasiado grande para dulces gratis–. Bajé la mirada, pensando en que podríamos estar divirtiéndonos si yo no hubiese insistido en volver a casa. Debí haberle obedecido.

—¿Qué tal se ven los golpes? —preguntó Matt, sacándome de mis pensamientos. Lo miré, dándome cuenta de que su voz sonaba interesada y no enfadada. Matt no se había molestado conmigo como esperaba. Se limitaba a tratar de cuidarme, cosa que agradecí.

—No muy graves —contesté, restándole importancia, aunque llevé una mano a mi costado casi inconscientemente. Matt enarcó una ceja, incrédulo. Aparté la mirada; no quería decirle la verdad—. Me duele el brazo derecho cuando lo doblo, es todo.

—Me siento mal por no ser un buen médico. Todo lo que sé hacer es colocar hielo en los moratones —dijo arrepentido, sacándome una sonrisa. Justo entonces el timbre de su casa resonó por toda la sala. Miró por sobre su hombro hacia la puerta, casi confundido, pero pareció caer en cuenta del día que era. Tal vez era algún niño en búsqueda del origen de su próximo dolor de estómago—. Déjame atender, pronto volveré contigo.

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