27 | Él te extraña

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Capítulo 27: Él te extraña.

Char.

—¡Entonces Alan arrojó una goma de borrar hacia Tess! —gritó Gin mientras no dejaba de moverse hiperactivamente por los asientos traseros, emocionada. Dani repartía su atención entre la carretera y su hermana, escuchándola algo distante—. La maestra lo vio y acabó quitándole su estrella. ¡Y me la dio a mí! ¡Se lo refregué a Alan durante cinco horas!

Lancé una risa ante su anécdota a la vez que ella nos enseñaba la estrella dorada que adornaba su camisa, con todo el orgullo del mundo. Vi por el rabillo del ojo que pasábamos una parada de autobuses, una cafetería y un restaurante de comida francesa. Las personas se detenían un segundo a admirar el auto de Dani antes de regresar a sus cosas. Me sentía importante cuando iba en ese Lexus azul metálico, más oscuro y cromado que los ojos de Matt. Era la única cosa buena que Alyssa había hecho por Dani en su vida.

—Como tu ejemplo de autoridad, te digo que burlarse de las personas no se debe hacer, Ginger —reprendió Dani en un tono demasiado serio viniendo de ella, para después detenerse en un semáforo en rojo. La sonrisa de Gin se apagó un poco. Mi amiga giró la cabeza para poder verla—. Pero como tu hermana mayor; ¡te digo que estoy muy orgullosa de ti! El engreído de Alan se lo merecía, ¡bien hecho! —añadió, haciéndome sonreír. Los ojos de Gin volvieron a brillar.

—¡Sí! —gritó ella, extendiendo el puño—. ¡Por el sufrimiento de Alan!

—Por el sufrimiento de Alan —repitió su hermana, chocando los puños con Gin. Ella fingió una explosión antes de arrojarse hacia atrás, cayendo fingidamente sobre el asiento trasero y haciéndose la muerta. Volví a reír.

El semáforo cambió a verde. Dani regresó la vista al frente y dio la vuelta al llegar a un cine, entrando a una calle de casas azules idénticas. Dani vivía un poco más allá. Pero justo antes de llegar a su casa, ella giró en una esquina, embarcándonos en una vía casi vacía y bordeada de árboles. Fruncí el ceño antes de voltear a verla. Ella manejaba el volante con una tranquilidad casi perturbadora.

—Dani... —murmuré, confundida. Ella miró con interés el espejo retrovisor— Por si lo olvidaste en tus dieciocho años de vivir aquí, este no es el camino a tu casa.

—Lo sé. Llevaremos a Gin con nosotras —explicó, llevando la vista de nuevo a la carretera. De repente sentí que todo mi cuerpo se tensaba, y no debido al brusco giro que realizó Dani para evadir a un coche que había frenado frente a nosotras. Golpeó con fuerza la bocina y sacó la cabeza por la ventana mientras yo trataba de recuperarme de la impresión—. ¡Fíjate por donde vas, imbécil! —le gritó. El dueño del auto respondió tocando varias veces la bocina con enfado. Dani rodó los ojos, regresando adentro, y reanudó la marcha.

—¿Qué? —cuestioné, sin poder ocultar mi tono de sorpresa y alarma. Dani me observó por el rabillo del ojo, tratando de recuperar la concentración—. ¿Por qué? Dani, se supone que no llevaríamos de nuevo a Gin al hospital. Teníamos que dejarla en tu casa antes de asistir al control, ¿lo olvidas?

—No, claro que no —respondió, intentando mantener una voz tranquila. Comenzó a apretar con más fuerza el volante, como si intentase buscar algo a lo que aferrarse para no derrumbarse. Respiró profundo, controlándose—. Es solo... Que no quiero a Gin en casa en este momento. Tendremos que llevarla con nosotras, ¿sí?

Algo en su tono consiguió que no siguiese discutiendo con ella. Asentí sin decir nada más, y Dani pareció agradecérmelo en silencio. El resto del camino lo gastamos escuchando a Gin gritarle a la gente por la ventana que tenía una estrella dorada. Cuando llegamos, aparcamos en el estacionamiento del hospital. Dani observó fijamente la puerta de entrada con el enorme letrero de «Hospital» colgado arriba durante varios segundos, como sin estar segura de querer atravesarla. Gin no dejaba de moverse, con toda esa energía que la inundaba siempre.

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