51 | ¿Revolución rusa?

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Capítulo 51: ¿Revolución rusa?

Char.

Era un pitido agudo e incesante. Durante un segundo tuve el impulso de extender el brazo y apagar la alarma, pero no podía moverme, como si tuviese las extremidades hechas de plomo. Entonces me di cuenta de que el pitido denotaba que yo seguía con vida. Una corriente de aire helado se coló a través de lo que fuese que llevaba puesto, haciéndome temblar. Volví a tratar de moverme, solo que esa vez una oleada de dolor estalló en la parte superior de mi abdomen. Lancé un quejido.

Mi cabeza empezó a trabajar otra vez. Traté de recordar lo que había sucedido, pero todo lo que veía eran fragmentos borrosos, como si mis recuerdos hubiesen sido sumergidos bajo el agua. El laberinto estaba allí, terriblemente claro, pero a partir del auto de Ray todo se volvía confuso. Solo escuchaba frases distorsionadas y a Matt, que parecía estar llorando. Sus sollozos se mezclaban con gritos. Y después todo se... desvanecía. Se tornaba negro y volvía a empezar.

Escuché un sonido lejano, como algo metálico golpeando contra el suelo. Creí que lo estaba imaginando hasta que empecé a oír voces molestas. Se trataba de un hombre y una mujer, pero ella parecía estar combinando palabras de otro idioma mientras hablaba con nerviosismo, usando un acento característico que parecía ser francés. Las voces hacían tanto eco en el pasillo que apenas fui capaz de entenderlas hasta que estuvieron lo suficientemente cerca.

—¡Ya basta, Vanessa! —gritó una voz familiar—. ¡Tienes que aprender a seguir órdenes! Ya causaste demasiados problemas colocando en el sistema la muerte de esa chica, ¿tenías que tirar también los instrumentos quirúrgicos esterilizados? ¡Ni siquiera los necesito ahora!

Empezaron a acercarse. Escuché pasos y el ruido de unas ruedas, como si estuviesen empujando un carrito. Me obligué a abrir los ojos, ignorando las peticiones de mi cuerpo de volver a dormir. Un respirador se hizo presente en mi campo visual. Tenía puesta una bata blanca con puntos y una vía intravenosa conectada a un suero en el dorso de mi mano. La camilla en la que estaba tenía barras a los lados. La habitación estaba pintada de blanco, y se veía tan fría que me hizo estremecer.

—Lo siento —contestó la mujer, con tanta naturalidad que parecía estar acostumbrada a decir eso un montón de veces—. No era mi intención. Por favor no se enoje; no fue grave.

Giré débilmente la cabeza hacia la derecha. Había una máquina que lanzaba agudos toques y dibujaba montañas y valles con una línea verde según distinguía mis latidos. Vi muchos más aparatos, pero no tenía idea de para qué servían. La mayoría ni siquiera estaban conectados. No había más muebles y toda la luz de la habitación entraba por una enorme ventana en la pared junto a mi cama.

—¡Al chico casi le da un ataque de pánico, Vanessa! —gritó el hombre. La ventana era opaca, pero enfoqué la vista para tratar de mirar más allá. A pesar de que me costaba mucho mantener los ojos abiertos, conseguí ver al doctor Welch junto a una mujer castaña con uniforme de enfermera—. Estuvo a punto de desmayarse cuando escuchó que estaba muerta. Entonces sí estarías en problemas.

—Doctor —intervino una voz más suave, fuera de mi limitado campo de visión. Welch y Vanessa giraron la cabeza hacia ella, pero yo la reconocí de inmediato; se trataba de Liz. Había atendido a Dani cuando estuvo internada y era la enfermera ayudante de Welch, el doctor de Axel. La había escuchado muchas veces decirles a mis padres cómo iba su avance.

—Liz —dijo Welch, casi aliviado—. ¿Qué...?

—Matt quiere hablar con usted.

Matt...

¿Matt?

¡Matt!

Los oídos empezaron a zumbarme. Tardé en darme cuenta de que era porque los pitidos de la máquina habían aumentado de velocidad. La necesidad de saber de Matt me embargó en oleadas. Mi corazón latía tan fuerte que conseguía hacer que me doliese todo el torso, pero no me importaba. Necesitaba decirle que estaba bien. Necesitaba tenerlo junto a mí; ver su sonrisa y sus ojos azules. Necesitaba a mi amargado a mi lado. Quería a mi amargado a mi lado.

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