16 | Metanoia

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Capítulo 16: Metanoia.

Char.

Ese día aprendí dos cosas.

Primero: Nunca abras la puerta de la mansión de tu mejor amigo para pasear a su cachorro sin estar totalmente seguro de que lleva tan bien atada la correa que no será capaz de soltarse para salir corriendo. Los perros dorados Cocker Spaniel de casi seis meses cuyo nombre es “Obelix” y que parecen tener bebidas energéticas con cafeína en lugar sangre no suelen prestar demasiada atención a por donde van cuando corren desesperados hacia la libertad –mucho menos a enormes camiones naranjas siendo conducidos por mujeres distraídas–.

Creo que es bastante fácil deducir de dónde he sacado esa lección.

Segundo: Nunca tienes que enfadarte tanto por un error que ha cometido una persona importante para ti, y además echárselo en cara. Sí, vale, está bien enojarse; pero todo el mundo comete errores y no puedes solamente refregárselo porque te sientes mal. Eso es algo egoísta. La otra persona probablemente está triste y herida también, arrepentida por lo que sea que ha hecho, y no es muy buena idea descargarte con ella para aumentarle la culpa. Los dos pueden necesitar tiempo para tranquilizarse y así poder hablar después. No es necesario destruir una amistad.

Eso lo aprendí cuando Zander consiguió a duras penas salir de la conmoción. Matt se le había acercado asustado y preocupado, arrepentido a más no poder, sin dejar de pedirle disculpas. Matt era una de las personas más nobles que jamás había conocido. Pero Zander pareció no querer ver eso. Tal vez en ese momento ni siquiera se le vino a la cabeza la razón de por qué era su mejor amigo. Simplemente se incorporó, quitándose de encima la mano con la que Matt trataba de apoyarle, para después empujarlo con fuerza, con ambas manos en el pecho.

—¡Maldito imbécil! —le gritó. Todavía tenía los ojos cristalizados, pero ahora las mejillas se le habían puesto coloradas por el enfado y los nudillos pálidos por la fuerza con la que apretaba los puños. No me hubiese sorprendido si le lanzase un golpe en ese instante—. ¡¿Te diste cuenta de lo que hiciste?! ¡Eres un maldito idiota, Blake! ¡Sabías que Obelix necesitaba correa y todo lo que hiciste fue pasar de ello!

—Fue... —Matt se le quedó mirando con duda y miedo, como si no supiese que se supone que debía decir. En los ojos de Zander refulgía la ira. Podía ver que la rabia comenzaba a hacerse cargo de sus palabras—. Fue un accidente, Zander. Yo...

—¡No! —El grito fue tan fuerte que sobresaltó a Matt, quien dio un paso atrás—. ¿Acaso no se te ocurrió tener más cuidado? ¿Pensar en lo mucho que lo quería? ¡Confiaba en ti, Matt! ¡Confiaba en que podrías encargarte de una de las cosas más importantes que tenía! —Zander lanzó una risa amarga—. Lo asesinaste, ¿y me dices que fue un maldito accidente? ¿Un error? ¡Todo es tu culpa!

El rostro de Matt adquirió un gesto entre confundido y dolido. Mi cabeza encendió un recuerdo cuando lo vi. Ya había visto esa reacción antes. Esos ojos azules afligidos, esa forma de mirarle como si sus palabras le derrumbasen por dentro. En Dani. Y las palabras de Zander... Me sonaban terriblemente familiares.

—¡Vete de aquí! —gritó Zander. Bajó la vista con odio, como si no soportase ver a Matt durante más tiempo, pero su actitud cambió a dolor al mirar a Obelix. Vi una lágrima caer por su mejilla antes de que se agachase y comenzase a acariciarle el pelaje al inmóvil cachorro—. Vete de aquí, Matt. No quiero volver a verte.

—Zander...

—¡Lárgate!

Y, bueno, así fue como me di cuenta de la manera como unas simples palabras pueden lastimar a alguien. Matt me mostró la forma como se debió de sentir Dani cuando Ray y yo le dimos la espalda. Sí; diferentes contextos, diferentes personas, diferentes situaciones y hasta diferentes países; pero exactamente el mismo dolor. No me gustaba verlo así. Mucho menos recordar que Dani seguramente estaba igual. Sus mejores amigos le habían gritado todos sus fallos en lugar de ayudarle a afrontarlos. Necesitaba resolver eso.

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