31 | Es culpable

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Capítulo 31: Es culpable.

Matt.

El oficial rubio que había estado a punto de arrestarme fuera del baño no dejaba de mirarme casi con odio. Me era difícil mantenerme centrado en el juicio si me observaba como si en cualquier momento fuese a sacarme de allí para llevarme a alguna celda con los cargos de burla a la ley o algo así. De todas maneras, intenté ignorarlo y miré al frente, tratando de concentrarme.

Un hombre se acababa de poner de pie del escritorio de la derecha, con tres carpetas de cartón en sus manos. Llevaba puesto un traje formal, y su cabello era de un negro muy oscuro. No parecía tener más de treinta años. Caminaba con prepotencia; solo que a diferencia de la mujer que nos había traído hasta la sala, él lo hacía de una manera que inspiraba más confianza que autoridad o miedo. Deduje que se trataba del abogado de los demandantes.

—Su señoría, señorita Hawk, damas y caballeros de la audiencia —comenzó, dedicándole un movimiento de cabeza en forma de saludo a todos a quienes iba mencionando. La mujer al lado de Axel rodó los ojos. Inferí que se trataba de la señorita Hawk—. Estamos hoy aquí debido a que el acusado, en un grave estado de embriaguez, causó un accidente que dejó dos muertos y tres heridos. Y, al igual que cientos de casos alrededor del país, estaba por quedar impune. Pero estoy aquí para evitar que este hombre quede en libertad.

Se acercó al estrado de la jueza. Le entregó una de las carpetas, y después se volvió para darle la segunda copia a la mujer junto a Axel. Como ella no la tomó, la jueza le lanzó una mirada severa. Hawk agarró la carpeta con un resoplido y empezó a ojear su contenido casi con desinterés. El hombre de cabello negro regresó a su posición inicial y abrió su propio folio.

—El accidente sucedió el 23 de mayo, poco antes de las dos y cincuenta minutos de la madrugada, en la Interestatal 5 hacia el sur. Axel estaba demasiado ebrio como para darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Se pasó un semáforo en rojo, y el vehículo que conducía fue embestido por un camión de carga —comenzó a explicar. La jueza seguía con atención las palabras del abogado, verificándolas en los papeles que tenía—. La acompañante, una muchacha de apenas diecinueve años, murió instantáneamente por un traumatismo craneoencefálico. El hombre que iba en los asientos traseros apenas pudo prolongar su vida unos cuantos minutos. A pesar de los intentos de los doctores por salvarle, falleció en el hospital por pérdida de sangre y lesiones graves en las costillas.

Char se removió en la silla incómodamente. Hawk se enderezó y empezó a leer la carpeta con disimulo, como si no quisiese ser vista. Axel se limitaba a mirar hacia el techo, como si nada le incumbiese. El abogado lo observó de reojo antes de esconder un amago de sonrisa. Parecía estar tejiendo un plan en su cabeza. Señaló con la mano hacia los asientos a nuestra derecha.

—Christian Moore, el padre de la víctima aquí presente, tuvo que presenciar esos últimos momentos fatídicos con dolor e impotencia. La vida de su hijo se desvaneció frente a sus ojos sin que hubiese nada que él pudiese hacer. Ahora está solo con una niña de seis años, ya que su esposa murió hace siete meses por un cáncer de pulmón —explicó el abogado, para después dirigirse al señor Moore—. Mis condolencias, Chris.

El señor Moore dibujó una sonrisa triste en su rostro, y noté sus ojos cristalizados. Murmuró un “gracias, Watson”, a lo que el abogado asintió con comprensión. Una mujer le dijo algo al oído a Moore, y él volvió la mirada hacia nosotros, casi con curiosidad. Sus ojos nos observaron intensamente y perdí el aire un segundo al ver su rostro, sintiendo que Char empezaba a apretar mi mano con fuerza. El señor Moore desvió la vista luego de un momento. Char comenzó a temblar.

—¿Es...?

—No —me apresuré a contestarle, colocando una de mis manos en su mejilla para que dejase de verlo. Noté que estaba pálida y que me miraba con algo de miedo. Ese hombre era idéntico a Wilder, solo que unos cuantos años mayor. Su presencia en el mismo lugar que Char parecía alterarla. Comencé a acariciar su mano para intentar tranquilizarla—. Char, no lo es. Tranquila. Él ya no está, ¿vale? No puede hacerte daño, ¿está bien?

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