Epílogo.

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Epílogo.

Narra Luca.

—Básicamente, fue así...

Tres años después de la final.

El timbre se escuchó en toda la casa y fingí hacerme el dormido aún en los brazos de ella, que por supuesto esperó a que reaccionara pero no lo hice y por eso bufó moviéndome un poco.

—Luca no te hagas el dormido.

— ¿Mmm?

—Están llamando y tenés que ir vos, ayer fui yo.

—Esto de repartirnos quién va a atener no me gusta. —me quejé levantándome y ella se rió. Me puse rápidamente el bóxer y me bajé de la cama para buscar mi pantalón mientras la miraba mal.

—A vos se te ocurrió.

Nuevamente el timbre insoportable sonó y esperaba que fuera alguien importante, no algún vecino fanático que todavía no superaba que nos mudamos hace dos semanas al barrio privado, el que pensábamos que iba a ser tranquilo por el hecho de que nuestros vecinos no eran conocidos, de lo que obviamente estuvimos errados porque no nos dejaban en paz y según el reloj de la sala, eran las diez de la mañana. Tenía que fingir que el punzante dedo en mi timbre no me molestaba, así que puse mi mejor expresión cuando abrí la puerta.

— ¡Hola Luca! —dijo exaltada la vecina. La señora no se cansaba de estar feliz nunca, siempre tan entusiasta y saludándome contenta hasta desde su tranquera, la cual estaba a varios metros de mi puerta dividiendo nuestros patios.

—Hola señora...

—Señorita.

—Señorita Gómez. —saludé con una sonrisa fingida a la mujer de cuarenta y pico de años que a pesar de no tener marido ella se consideraba alguna adolescente.

— ¿Te desperté?

—Nos estábamos despertando, sí. —mentí mencionado a mi novia también, sentía sus intenciones muy enfáticas y me parecía gracioso, ya que había dos factores primordiales que quería que entendiera la mujer, el primero, era veinte años más grande que yo y el segundo, tenía novia a la que le acababa de hacer el amor hace diez minutos.

—Uh, no era mi intención pero en realidad esta mañana llegaron unas cartas por equivocación a mi domicilio, y tienen sus nombres.

—Se confundieron parece, ¿me las da?

—Ah sí. —se rió tontamente y me dio los sobre de la clínica de estudios, de donde esperábamos las actitudes físicas para enviar a quienes iban a aprobarnos o no de meternos al agua junto a las rayas en nuestras próximas vacaciones.

—Gracias, que tenga un buen día.

—Eh... ah sí, igualmente.

—Chau. —le dije y cerré la puerta con ella todavía de frente, me sentí un poco culpable pero si le daba la confianza probablemente quisiera desayunar, almorzar, tomar el té y quedarse a cenar con nosotros.

Alma se terminaba de cambiar y me sonrió dirigiéndose al baño, entré con ella para lavarme los dientes y hacerlo a la par.

— ¿Quién era?

—La pesada de al lado.

— ¿Quería otro autógrafo u otra foto?

—No, vino a traer las actitudes físicas que le llegaron a su casa, para enviar a Colombia.

—Ah, yo pensé que ya venía por su foto número ochenta con vos. —me dijo y yo la empujé un poco de la cadera, se rió y empezó a cepillarse los dientes.

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