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Miré hacia arriba y el cielo estaba más gris que negro, ni siquiera había estrellas y supuse que se habían ocultado tras las nubes, no sé si yo me escondería ahí pero definitivamente intentaría esconderme del tiempo que estaba pronto a hacer que más o menos el cielo se cayera. Me abroché la campera y subí la capucha a mi cabeza, metí mis manos dentro de los bolsillos y seguí a los chicos sin dejar de mirar hacia arriba, estaba horrible y dudaba que se quedara así simplemente, si llovía no sé qué iba a hacer, si quedarme debajo de un techo mientras paraba o mojarme en cualquier lugar mientras pudiera taparme los oídos. Después de todo no era la única que podía llegar a tener miedo a la lluvia, había gente con severos problemas de fobia a los truenos y relámpagos, yo era una, y estaba orgullosa de eso exceptuando cuando llovía.

—En cualquier momento te vas a comer un palo que si no perdés un diente, seguro es toda la dentadura. —me dijo Alexis igualándose a mi paso, rodé los ojos ignorándolo sin dejar de caminar y mirar hacia adelante. —Era un chiste, tampoco es para ser tan asquerosa.

—No estoy de humor Alexis.

—Nunca estás de humor vos. —bufó y se adelantó para seguir a los demás. Lo seguí ignorando, a él sólo se le ocurría hacerme un chiste dos horas después de haberle cortado, me parecía fantástico que lo haya superado tan rápido emocionalmente como yo lo hice desde el segundo después que acepté ser su novia, pero el enojo que me había causado esta tarde todavía no se podía arreglar ni con un chiste.

Mi amiga se dio la vuelta dejando a los chicos adelantarse y me esperó para ella también igualarse a mi paso.

— ¿Qué pasa fiera?

—Nada.

—Tenés que bajar un cambio Alma, la idea es distraerse ahora, no te enrosques con cosas que no tienen sentido.

—Sofi es mañana...

—Dale basta, tratá de no pensar un poco, que seas la líder no quiere decir que tenés que cargarte todo al hombro, ya será mañana y todos lo vamos a resolver. —me dijo empujándome un poco con su brazo, asentí y la dejé seguir adelante con los demás, así pude volver a mirar al cielo que estaba siendo iluminado por un relámpago y consideré buena idea no pensar tanto, así me unía a ellos y entrelazaba mi brazo con el de mi mejor amiga.

Todos le decíamos a aquel lugar La esquina, y no porque exactamente estaba el local ubicado en una esquina, sino porque estaba encerrado en el final de calles y la parte trasera de los grandes edificios de monoblocs. Ahí, Carlitos nuestro padrino de vida según yo, tenía un barcito que sorpresivamente no era de borrachos, era de adolescentes un poco borrachos sí, pero adolescentes que nos juntábamos todos por el mismo propósito, bailar.

Los dos edificios que daban la espalda cerrando más el lugar, ya tenían aviso de que al menos los fines de semana se escuchara la música hasta pronto a amanecer, y no les molestaba así que pasábamos largas horas de baile, alcohol, amigos y otras cosas.

Por mi parte, fue donde crecí, desde que tenía nueve años que recurría a aquel lugar para jugar en aquel entonces, por lo que Carlitos era más que un padrino para mí, como si fuese mi papá y creo que el de todos, había acompañado y acobijado a cada ser que se le aparecía en la puerta del barcito, por eso era como un padre para todos, un padre con hijos ya incontables que hoy podía llamar amigos incontables.

Llegamos a las calles cerradas y la música ya estaba alta, grupitos de chicos bailaban mostrando una última coreografía armada y aunque nosotros nos quedamos mirando, cuando Juan nuestro amigo, líder de ese grupo se dio cuenta de nuestra presencia, hizo frenar a todos.

Teen Dance.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora