Hola, mi nombre es Harriet y les comparto una pequeña historia del día de mi cumpleaños, cuando tenía 9.
Fue un sábado, había mucho sol y jugaba feliz con mis amigos y primos en el patio de la casa. todo estaba decorado para la típica fiesta, con gelatinas, regalos y esas cosas. Yo me reía mucho -ahora recuerdo- porque estaba ganando en el juego de las atrapadas. aunque era niña, mis demás primos no podían alcanzarme, pero yo sí a ellos. de vez en cuando tenía que parar para saludar a algún pariente que recién llegaba a la casa, y yo iba encantada porque sabía que venían con regalos jijii.
En una de esas interrupciones tuve que besar a una tía a la que no conocía mucho, pero que me trajo un precioso vestido de organdí blanco con detalles en color perla. lo traía casi en la mano y me lo enseñó tanto que se me antojó probármelo. claro, me dijeron que era más para compromisos y reuniones, pero como era mi cumple, insistí y papi me dejó que vaya a la recámara a ponérmelo. me olvidé por un rato de los juegos y subí corriendo.
Ah… mientras andaba recuerdo que aquella tía me gritó algo así como “Si ves a tu primo ‘Scott’ le dices que venga”. yo me volví con cara de… “mmm a penas sé quién es usted, y no conozco ningún Scott”, pero igual asentí como niña buena.
En mi habitación me encontré con que una de mis primas, que ya era grande y estaba casada, utilizaba mi cama para darle de lactar a su bebé. ella me sonrió como estuviéramos en SU casa, y yo no tuve más remedio que fingir una sonrisa para ella y su bebé e irme con el vestido al baño.
Ahora que les cuento esto, no culpo de lo que pasó después a la tía poco conocida, ni al vestido, sino a mi prima grande y a ese bebé que ni siquiera era tan bonito.
Como sea…
Abrí la puerta del baño y la volví a cerrar con el pestillo. otra vez estaba emocionada por el vestido y lo apretujaba contra mi pecho. me miré en el espejo, me desenredé el cabello y me senté sobre la tapa del inodoro para quitarme las zapatillas. nunca podía desvestirme de pie, y hasta ahora tengo que hacerlo sentada sobre la cama o algo. tiré mi camiseta sobre un colgador y me bajé los pantalones. fue entonces cuando escuché el primer ruido.
Como abajo en el patio había música y bulla, creo que por eso no lo escuché antes. ¿conocen esos sonidos que provocan las personas que quieren pasar desapercibidos? pues eso oí. tras la cortina de la ducha. la fea cortina de color verde oscuro comprada por capricho de papi. me quedé mirando un rato en esa dirección… y fue como si ya no oyera ni la música, sólo mi respiración. “tonta, no es nada” me dije, así que tomé el vestido y me lo puse.
Me quedaba precioso. usé un taburete para mirarme completa en el espejo, y no pude evitar la sonrisa boba. ya a esa edad no podía ignorar que era bonita, “niña bella” me llamaba mi mamá, aunque yo prefería jugar más como los niños, y no preocuparme de mi apariencia como otras muchachas.
Me miré de frente, de costado, de espaldas girando el tronco, de muy cerca, estaba feliz hasta que le vi la cara al tipo dentro de la bañera. había dejado de importarle que yo no lo viera, y nuestras miradas se cruzaron en el espejo.
Yo no podía moverme ni mirar hacia otro lado por más que quería dejar de ver a los ojos a ese desconocido. por un lado quería gritar, pero por otro creía que eso me avergonzaría. estaba confundida. ni siquiera pensaba en que él me había visto cambiarme la ropa todo este tiempo. aún no tenía esa clase de razonamientos. sólo sabía que había algo muy raro en que él quisiera estar ahí escondido, sin que yo supiera quién es.
-Soy ‘Scott’ -dijo por fin, rompiendo lo que me tenía helada. me bajé del taburete sin decir nada. miré mi ropa en el piso y luego vi la puerta. no sabía hacia dónde ir primero. tenía 9, recuerden.
El tal Scott se puso de pie, pues estaba como que acostado en la bañera, y me dijo que él me alcanzaría la ropa, que no me moviera. era joven, unos veintitantos años. su ropa me recordaba a los rockeros y tenía las uñas de una mano pintadas de negro. esos detalles eran los que ocupaban mi concentración, hasta que alguien, nunca supe quién, forzó la puerta. Scott me hizo la seña del dedo sobre la boca, y pronunció un leve “ocupado”, con lo que la otra persona se fue.
-Parece que tu puerta sólo se cierra pasando el pestillo -me dijo. Yo asentí, y estiré las manos para que me diera mi ropa.
-Ya me voy -le dije, muy bajito.
Él negó con la cabeza.
Se arrodilló delante de mí y en un movimiento rápido como el de una serpiente me cubrió la boca con una mano que olía a pescado, mientras que la otra me la metió debajo del vestido.
-Niña, escúchame, no puedes decirle a nadie que me has visto aquí. nada de nada. ¿me entendiste?
Mis ojos se hicieron agua, y eché a llorar sobre su mano.
De pronto sentí un fuerte pellizco entre mis piernas, él me había estado tocando con los dedos medio metidos por debajo de las bragas, pero yo no lo sentí hasta que me hizo daño. quitó la mano y se rascó la nariz.
-Lávate la cara -me dijo-. no quiero que te vean llorando.
Le hice caso y me tomó un largo rato dejar de llorar mientras me enjuagaba la cara. por fin supe que ya no lloraría más y me sequé con una toalla. le miré esperando que él me dijera que podía irme, pero lo que hizo fue sacar una pequeña navaja de sus bolsillo. uno de esos pequeños cuchillos que saltan con un resorte y que algunos usan como llaveros.
Se me iba la vida. a mis 9 años sentí que me iba a morir de una manera muy palpable.
En esta parte me gustaría decirles que una fuerza sobrenatural se apoderó de mí y que maté a mi primer hombre con su propio cuchillo, que le abrí una boca en medio de la garganta para que se ahogara con su sangre, pero esas cosas rara vez suceden, por más que una las desee. además ahora que lo pienso, ¿no hubiese sido una exageración? su crimen había sido darme un pellizco. ¿matarlo por eso?
¡Pero ya va! lo que pasó en realidad, y lo que vi en aquel entonces sin poderlo entender, fue que el tal Scott usó la navaja para meterse un poquito de polvo blanco por la nariz. luego me dejó ir.
El resto del día jugué casi como si nada hubiera pasado. salvo que por la noche en efecto soñé con matarlo.
Jamás le conté sobre esto a nadie de mi familia. ya dejó de avergonzarme creo porque cuando lo recuerdo sólo siento un poco de rabia. pero miren, algo debo de temer aún porque le cambié el nombre a aquel tipo, que como habrán adivinado resultó que FUE mi primo, el hijo de aquella tía que me regaló el vestido. escribo “fue” mi primo, porque ahora ya no vive. lo mataron jijii. curiosamente, el día de mi cumpleaños número 11. pero esa es otra historia. esta en particular, es la más inocente.