Había recibido un reloj para su décimo cumpleaños. Era un reloj de mano plástico, común y corriente en todos los sentidos, con la excepción de que iba en cuenta regresiva. «Esta es la cantidad total de tiempo que te queda en el mundo, hijo. Úsalo sabiamente». Y, en efecto, lo hizo. A medida que el reloj contaba los segundos, el chico, ahora vuelto hombre, vivía su vida al máximo. Escaló montañas y nadó océanos. Conversó y rio y amó. El hombre nunca tuvo miedo, pues sabía con exactitud cuánto tiempo le quedaba.
Al final, el reloj comenzó su conteo final. El anciano se puso de pie contemplando todo lo que había hecho, todo lo que había construido. 5. Estrechó manos con su antiguo compañero de negocios, el hombre que durante mucho tiempo había sido su amigo y confidente. 4. Su perro llegó y lamió su mano, ganándose una palmadita en la cabeza por su compañía. 3. Abrazó a su hijo, sabiendo que había sido un buen padre. 2. Besó a su esposa en la frente una última vez. 1. El hombre sonrió y cerró sus ojos.
Entonces, nada pasó. El reloj pitó una vez y se apagó. El hombre se quedó de pie ahí mismo, bastante vivo. Uno pensaría que en ese momento debió de haber estado encantado. En cambio, por primera vez en su vida, el hombre tenía miedo.