limpiadores

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A mi esposa, Rosa, le gustaba mantener un horario.

Bueno, no solo le gustaba hacerlo; tenía que hacerlo. Sin el horario, Rosa no podía funcionar. Sus padres nunca quisieron reconocer sus rarezas. Decían que habían tratado de quitárselas cuando ella era niña, y que en su mayoría había funcionado.

Los padres de mi esposa no me agradaban mucho. A ella tampoco. Y esa fue la razón por la cual, en el evento de su muerte prematura (Rosa tendía a obsesionarse, y Rosa tendía a planificar), el paso #1 decía lo siguiente:

NO PERMITAS QUE MIS PADRES ENTREN A LA CASA (subrayado dos veces).
Yo me podía reír de sus planes y notas organizadas en el refrigerador porque simplemente eran una parte de Rosa. Las alergias también eran una parte de Rosa. Una agradable tarde de verano, un avispón entró volando a nuestra cocina mientras Rosa estaba preparando el almuerzo de Alex, y la picó en el cuello. Su garganta se cerró por la hinchazón, sus labios se tornaron azules y murió en el piso de nuestra cocina. Alex estuvo sentado en su silla alta por una hora hasta que un vecino escuchara sus gritos y abriera la puerta trasera por la fuerza luego de que Rosa nunca contestara.

Rosa me había dejado una nota dos días antes para que revisara si había un nido en la parte trasera de la casa, pero pasé ocupado con el trabajo y me olvidé de ello. Encontré las notas de Rosa mientras estaba tratando de planificar el velorio.

«QUERIDO TY», me había escrito cuidadosamente en letras mayúsculas.

SI ESTOY MUERTA, POR FAVOR ADHIÉRETE A LO SIGUIENTE.

GRACIAS.

RO 🙂

Me reí, y luego comencé a llorar, pero leí sus instrucciones:

NO PERMITAS QUE MIS PADRES ENTREN A LA CASA (subrayado dos veces).
ENCÁRGATE DE LOS ANIMALES POR MÍ.
CUÉNTALE A ALEX ALGO DE MÍ CADA DÍA.
¡ASEGÚRATE DE DEJARLES PROPINA A LOS LIMPIADORES! PREFIEREN COMIDA.
En medio de mis lágrimas, le sonreí a sus instrucciones hasta que llegué a la última. ¿Los limpiadores? No teníamos limpiadores. Nunca habíamos tenido una ama de casa o una mucama ni nada por el estilo. ¿A qué se estaba refiriendo? Le pregunté a la hermana de Rosa, Ellie, sobre ello, pero simplemente lo hizo a un lado. «Ya conoces a Ro, siempre despistándose. Probablemente era uno de sus chistes y nunca tuvo la oportunidad de contártelo».

Rosa me contaba sus chistes apenas se le ocurrían, porque así estarían frescos. Pero el resto de la lista había sido bastante seria. Rosa hablaba en serio sobre no dejar que sus padres entraran a la casa, hablaba en serio con que me encargara de su colección de animales de vidrio de colores, y hablaba en serio sobre no dejar que Alex se olvidara de ella. ¿Por qué agregaría un chiste aislado al final?

Así que, contra mi buen juicio, y porque aminoraba la sensación de que un agujero había sido perforado en mí, dejé cada noche en la repisa de la cocina una barra de granola o una galleta —o cualquier cosa, en realidad—. Y, por la mañana, la casa siempre se veía un poco más pulcra y la comida había desaparecido. Quizá el duelo me estaba haciendo delirar. O quizá realmente teníamos limpiadores. De cualquier forma, no me inquietaba. Fuera lo que fuera, Rosa tenía algo que ver con ello, y ella nos amaba.

Una noche, me quedé despierto para tratar de darle un vistazo a los limpiadores, sintiéndome como un niño pequeño queriendo vislumbrar a Santa. Pero caí rendido en el sofá después de algunas horas y me desperté a altas horas de la madrugada escuchando el repiqueteado de platos en la cocina. Cautelosamente, me puse de pie con lentitud y me acerqué a la habitación oscurecida, pero el repiqueteo y el sonido de raspado se detuvieron abruptamente apenas encendí el interruptor de las luces. No había nada ahí. Pero la banana que dejé había desaparecido.

Si tenía platos en el lavado, estarían limpios y secos por la mañana. La lavandería estaría doblada nítidamente. Las marcas en la alfombra desaparecerían. Siempre les dejaba propina a los limpiadores.

Y luego los padres de Rosa se invitaron a sí mismos dos meses después de su muerte. Como eran bien astutos, llegaron mientras yo estaba afuera de la casa y Ellie cuidaba de Alex. Para cuando llegué del trabajo, se habían acomodado firmemente en nuestro cuarto de huéspedes. Para un padre trabajador, me informaron, era imposible cuidar de un niño de un año. ¿Cómo me las iba a arreglar sin una mujer en la casa? Pero la mamá de Rosa señaló, con una rápida sonrisa burlona, que no era como si Rosa hubiese sido buena para todo ello. Que estaba demasiado ocupada jugando con sus animales de vidrio o dibujando sus criaturitas, y que era muy inepta como para siquiera saber usar la lavadora.

Rosa no era inepta, era brillante. Había sido publicada en revistas científicas. Tenía más educación formal que yo. Y cuidaba bien de Alex, y bien de la casa. ¿Así que qué importaba si coleccionaba cosas y dibujaba casi obsesivamente? Y la lavadora era demasiado ruidosa para ella. Era una sobrecarga para sus oídos. Yo sabía estas cosas porque había conocido a Rosa por siete años. Ellos la habían criado y ni siquiera sabían cuál era su color favorito (rojo, con el cual vestía casi todo el tiempo), o su músico favorito (John Coltrane, a quien reproducía casi todos los días). Quería que se fueran, pero estaba de luto, lidiando con un infante, y ellos eran necios.

Me mordí la lengua y traté de esperar a que se fueran, hasta que un día llegué a casa y me enfadé cuando encontré a la mamá de Rosa hurgando entre sus animales. Algunos de ellos yacían hechos añicos en el piso al lado de la vitrina en donde estaban guardados.

—Vete.

—¡Somos los abuelos de Alex! —chilló la madre de Rosa mientras la pastoreaba por las escaleras—. ¡Tenemos derechos! ¡Terminará igual que su madre! ¡Lo vas a ARRUINAR!

—Vete de una PUTA vez —les rugí en respuesta, y pálidos y abatidos, huyeron apresurados por la puerta principal.

Esa noche olvidé dejarles la propina a los limpiadores.

A las dos de la mañana, me desperté por el sonido de gritos en la planta baja. La mamá de Rosa, habiéndose robado la llave de Ellie, había entrado por la puerta trasera justo a tiempo para encontrarse a lo que solo puedo suponer que fueron unos limpiadores bastante alterados. No estoy seguro de qué fue lo que le hicieron, pero había un cuchillo enterrado en el marco de la puerta a la altura de la cabeza, y los gabinetes y cajones estaban volcados. El sofá de la sala de estar se veía como si alguien le hubiera caído con tijeras de podar. Las cortinas estaban hechas jirones.

Lo único que fue dejado intacto había sido los animales de Rosa.

Sus padres ya no visitan. De hecho, me han reportado a la policía dos veces hasta ahora, pero creo que estos han comenzado a ignorarlos. He estado revisando los dibujos de Rosa, para enseñárselos a Alex cuando sea mayor, y veo que dibujaba a los limpiadores de vez en cuando. Parecen hadas, casi, pero sin alas, con ojos completamente oscuros, y tienen garras y dientes muy, muy filosos.

Aun así, creo que le tenían bastante aprecio. Rosa tenía ese efecto en las personas. Así que creo que los limpiadores será lo primero de lo que le hablaré a Alex.

Además, él me puede recordar de dejarles propina. Solo por si acaso.

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