Una pareja viajaba en auto por la tarde cuando, a la distancia, divisaron a una mujer a la mitad de la carretera haciendo señas de alto frenéticamente.
La esposa le dijo a su marido que siguiera manejando, porque podía ser peligroso, pero el hombre optó por disminuir la velocidad para que no se quedase con la duda de qué pudo haber pasado o de si alguien estaba herido. En tanto se acercaron, vieron a una mujer con cortes y magulladuras en su rostro y brazos, por lo que se detuvieron en caso de que pudieran ayudar.
La mujer lacerada rogaba que la auxiliaran, diciéndoles que estuvo en un accidente vial junto a su esposo y que solo su hijo, un bebé recién nacido, seguía vivo en el auto que se enterró en una zanja profunda.
El hombre accedió a bajar y tratar de rescatar al bebé, y le pidió a la madre que se quedara dentro del auto. Cuando llegó abajo, se apresuró a sacar al niño y alejarlo de los restos humeantes. Sin embargo, al volver arriba no vio a la madre por ningún lado, y le preguntó a su esposa que adónde se había ido. Ella le dijo que la mujer lo siguió hasta el auto estrellado.
El hombre regresó a buscarla, inspeccionando el auto ahora con más detalle. Su atención se enfocó en los dos cadáveres de los asientos delanteros, uno de los cuales, sin lugar a dudas, pertenecía a la mujer que los había detenido.