"H" es por Hegemónico

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A través de la oscuridad del sistema de desagüe, basura podrida y la peste de agua estancada, el ministro Meisberger —líder espiritual y salvador de mi familia— nos condujo hacia la Cámara de Dios.

Barb había vomitado dos veces ante el desdén y el disgusto del ministro. Mis padres la habían reprendido por su falta de respeto y control sobre sus facultades. Yo también había vomitado, pero me lo tragué para evitar el castigo. Cada vez que Barb vomitó, mi madre la abofeteó y le ordenó que recobrara la compostura. Ya le había robado suficiente tiempo a nuestra agenda apretada.

Dios estaba regresando a la Tierra. Solo los siervos más devotos entrarían a la Cámara de Dios, y haber llegado tarde ciertamente penalizaría nuestras posibilidades de entrar. Provocar que el ministro llegara tarde a un evento tan trascendental nos habría conferido ira de la Congregación. Pudimos haber sido expulsados. No podía ni empezar a imaginarme lo que cambiaría si mamá y papá fuesen expulsados de la Congregación. Temía por nuestra seguridad. Más por la de Barb que por la mía.

Mi familia no era originaria de la ciudad. Nos vimos forzados a mudarnos cuando el trabajo de mi papá lo transfirió desde una ciudad del medio oeste hacia la sede principal. Mis padres no habían querido venir a la ciudad. Mamá y papá eran seguidores devotos de Jesucristo; fue así por la totalidad de sus vidas. Sus círculos sociales y bienestar espiritual giraban en torno a su iglesia. Haber sido arrancados de esto y arrojados a un ambiente completamente nuevo fue una sentencia de muerte para ellos.

Al no tener ninguna otra alternativa, rentaron un apartamento pequeño en la ciudad y no hicieron ningún esfuerzo por decorar o por hacer que ese lugar se sintiera como un hogar. Papá juró que era temporal. Después de un año en su posición actual, solicitaría una transferencia hacia otra parte. Muy lejos de la ciudad. Más cerca de gente con creencias afines.

Para ellos, las ciudades eran refugios para los impíos y paganos de pensamiento liberal. Aquellos que estaban a favor de la fornicación desenfrenada de la juventud al proveer anticonceptivos y condones. Aquellos que toleraban y aceptaban la abominación de hombres fornicando con hombres. Mujeres con mujeres. Aquellos que aceptaban estilos de vida diabólicos de libertinaje. Inmigrantes ilegales traficando drogas y buscando violar y saquear. Prostitución. Los creadores de pornografía. Sodoma moderna. Gomorra. Cualquier cosa que se te ocurriera, las ciudades suplirían esos pecados con creces. Mis padres eran fanáticos de mente cerrada, y yo los odiaba por pensar así.

Y lo que es más importante, no querían que Barb y yo cayéramos en la tentación que estos lugares proporcionaban. Asumieron la misión de encontrar el lugar de culto más tradicional, rígido y conservador que la ciudad pudiera ofrecer. Saltando de iglesia en iglesia, no fueron capaces de encontrar este lugar hasta que el ministro Meisberger se les acercó por los escalones de la iglesia a la que habían estado asistiendo. El ministro los invitó a una reunión especial en el centro comunitario, prometiendo acercarlos a Dios más de lo que nadie en la Tierra podría.

Asistieron a muchas reuniones con el ministro y se unieron a la Iglesia de Meisberger con un entusiasmo religioso renovado. La palabra de Meisberger se convirtió en ley en nuestro hogar y en nuestras vidas.

Hubo cambios mayores en nuestra familia. Toda vestimenta de color fue removida de nuestro hogar. Solo se permitía ropa negra. La ropa de color era el uniforme de los Inmundos. Destacar era un pecado. El negro era un reflejo de la oscuridad en el alma del hombre.

Nuestros televisores, computadoras y aparatos electrónicos fueron vendidos. Estos eran utilizados para esparcir información errónea y propaganda, y para tentar con pecados capitales al proveer acceso fácil a compras en línea, juegos de azar y pornografía.

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