Cuando mi mamá murió, pesaba 578 libras.
Durante mi niñez, nunca comprendí por qué mi madre no podía ir a las entrevistas entre padres y maestros, u obras de teatro escolares, o siquiera a ir a recogerme. Llevarme a casa siempre le tocaba a una niñera o a algún vecino, al menos hasta que tuve la edad suficiente para tomar el bus por mi propia cuenta. Y siempre que llegaba a casa, ella estaba despatarrada en una silla, con grasa y salsa goteando desde su mentón por fuera cual fuera la comida de microondas que había comido. Nuestra casa entera apestaba a ese hedor de manchas dulces impregnadas en lonjas de grasa; el aroma pastoso de una alfombra que ha sido abandonada por años. Navegué en esto por años, mi infancia se desperdiciaba en esa casa pútrida. No lo supe entonces, pero ahora me doy cuenta de que una parte de mí ya percibía el mal subyacente, la enfermedad supurante que se estaba carcomiendo los cimientos mismos.
En tanto seguí creciendo, mi ignorancia cambió a repulsión. Era una combinación de pena y miedo; pena de que eso era de donde yo provenía, y miedo de que mi madre se fuera a morir algún día, morir y dejarme totalmente solo en el mundo. Y mi enojo se agudizó. ¿Por qué no podía mejorar? ¿Por qué no podía simplemente pararse, alejarse de la cocina y quizá hasta salir de la casa? Una parte de mí quería matarla de hambre, asfixiar su consumo para que pudiera botar ese exoesqueleto elástico de grasa. Pero seguía siendo mi madre, y no podía hacerle tal cosa. Era la única persona que me quedaba.
Tienen que entender a qué era lo que le estaba huyendo cuando entré a la facultad de Medicina en una provincia adyacente. Tener que frotar solapas húmedas de piel para bañarla cada noche. Vestirla e incluso llevarla al baño empezó carcomerme a mí. Por primera vez en mi vida, no sería responsable directamente del cerdo corpulento que era mi madre. Ella se iba a quedar en nuestro pueblo estático del medio oeste, con una cuidadora pagada con el monto del seguro de vida, y yo tendría la libertad de vivir mi vida. O, al menos, eso fue lo que supuse. El asunto con planes como este es que siempre habrá algo que te hunda, algo que devore tus esperanzas hasta que no deje nada. Para mí, fue la necrosis de mi madre.
Necrosis es la muerte prematura de células en tejido vivo. Lo que en realidad significó, fue que ella se estaba pudriendo en una celda de su propia carne. El peso de su propio cuerpo había aplastado la carne en su espalda, la cual había dejado de transportar sangre, la cual había empezado a morir. Significó que tuve que volver a casa para cuidarla una vez más, después de solo veintiséis días de libertad. Regresé al olor familiar de orina, sudor y moho. No obstante, todo eso se había mezclado con un contaminante nuevo: el olor agrio pero enfermizamente dulce de carne descompuesta.
Mi madre no se encontraba en su silla usual. Más bien, la encontré colapsada en el colchón de una habitación que no la había visto usar desde que tengo memoria; los resortes rechinaban bajo su peso. Vestía con un camisón azul sencillo, casi como uno de hospital, y al levantar el borde inferior de este, mis ojos se alinearon con el lugar desde donde se estaba pudriendo. Casi se veía como si un animal rabioso le hubiera pegado un mordisco, excepto que no había herida fresca. El tajo entero estaba revestido de trozos de carne negros y quebradizos, con sangre seca brotando por cada glóbulo de carne. De pronto, la superficie pútrida se sacudió, y mi madre se giró para verme.
Su frente estaba manchada de sudor, sus ojos vidriosos eludían los míos. La vergüenza parpadeó en su expresión solo por un segundo, pero fue ocultada con una sonrisa débil.
No. No lo aceptaría. Me retiré, aislándola detrás de la puerta de la habitación. Lidiaría con ella más tarde. En vez de eso, me fui a desempacar. La situación había empeorado mucho más rápido de lo que anticipé. Las cosas solo iban a progresar rápidamente a partir de ese punto.
La putrefacción le deshizo el reverso del muslo en solo una semana. Hueso pálido salió a la superficie, asomándose por una fosa de pus pegajoso, carne grumosa y sangre coagulada. El doctor me dijo que lo mantuviera limpio y desinfectado, pero parecía que cada vez que trataba de raspar la mugre, una nueva capa era derramada. También empecé a racionar su comida, alimentándola con una dieta con la mitad de las calorías para un adulto promedio, con la esperanza de que eso la pudiera adelgazar.
Fue un error. La pillé una noche cuando ella creyó que estaba dormido. Viéndola desde la oscuridad, distinguí que llevó su mano detrás de sí, hacia el cráter purulento en su muslo rancio. Sus uñas rasparon el hueso expuesto para extraer algo de mugre y carne. Estremeciéndose y gruñendo, evidentemente bajo un dolor extremo, se llevó a la boca su mano temblorosa repleta de pus y se la metió. Me atraganté en silencio mientras la observaba lamer de sus dedos la sustancia viscosa transparente, abofeteándose los labios ruidosamente.
Al día siguiente, cubrí la herida con varias capas de vendaje y traté de reprimir la imagen.
Casi la vi hacerlo de nuevo muchas noches más, retractándose siempre que me acercaba. Creo que la única razón por la que no saqué el tema fue porque eso lo haría demasiado real, estaría obligado a reconocer la verdad de lo que había visto. Ella se estaba comiendo su propia carne pútrida y agria, y yo simplemente la estaba dejando.
Para cuando mi madre al fin murió por una infección en su sangre, ni siquiera podía soportar su aliento por lo corrupto que estaba debido a la pestilencia de la descomposición.
Había perdido 57 libras para entonces. A veces no puedo evitar preguntarme cuánto de eso se habrá comido.
A fin de cuentas, tuve que llamar a una grúa para que cargaran los últimos despojos ruinosos de mi madre. En cierta forma, esa fue la parte más trágica posible de su muerte: la primera y última vez que salió de la casa habían desaparecido de toda memoria viva.
Hoy en día, contemplo mi propia cintura gruesa y me estremezco. ¿Me convertiré en ella? ¿Sucumbiré a mis impulsos, dejando que el hambre en mi vientre me absorba? ¿Empezaré a pudrirme, comiéndome a mí mismo solo para sentirme lleno?