Todos creen que sus hijos son especiales.
Nadie quiere escuchar: «Estas son las razones por las que mi hijo es MÁS especial que cualquier otro».
Así que no lo diré.
De todas formas, a Franky no le gusta la atención. Así que trato de ocultar esto.
Pero una madre tiene sus límites. Cuando agarró mi brazo en la fila del supermercado y me preguntó —en plena presencia de un sujeto con gorra—, «¿Por qué este robo le saldrá mal al hombre de gorra?», simplemente no hubo tiempo para reaccionar. El hijo de perra se disparó en el pie mientras huía, y Franky estuvo en terapia por seis meses.
Al final, le dije que tenía que convencer al terapeuta de que había inventado su historia.
—¿Es decir que quieres que mienta? —preguntó; sus ojos grises se veían tristemente inocentes.
Tragué grueso.
—Sí, Franky. Mentir es malo, pero, a veces, la verdad es peor.
Algo en sus ojos cambió.
—¿Por qué? —La simplicidad de esa pregunta fue insoportable.
—Porque —farfullé, evacuando un soplido— eres especial.
El cambio en sus ojos se completó de alguna forma. Angustiada, no supe discernir si efectivamente había matado una parte de él o si había madurado solo un poco.
En retrospectiva, me doy cuenta de que ambas cosas son lo mismo.
…
—Estoy dibujando un helicóptero —dijo Franky con naturalidad, pero no me quedaba claro si los apéndices inferiores eran pies o llantas—. El otro dibujo era un Monstruo del Armario, pero no pasa nada porque protege a los niños incluso si no lo saben.
—Eso es bueno, cariño —respondí con desdén mientras me servía mi cuarta taza de café.
—Mamá —dijo, bajando su lápiz para colorear y observándome curiosamente—. ¿Qué es una prostituta?
Escupí solo un poco de café.
—Eh… Es alguien que atiende a muchachos muy malos. Pero solo a los mayores —añadí al ver la mirada de preocupación en su rostro.
—Ah —respondió, arrugando su frente.
Se mantuvo en silencio por varios segundos más. Luego:
—¿Por qué el hombre del apartamento 1913 piensa que va a matar a una prostituta?
Esa vez dejé caer mi taza en el suelo, y la porcelana Kobayashi se hizo añicos sobre las baldosas.
—¿Qu…? ¿Cómo puedes cree…? ¡No!
Franky mantuvo arrugada su frente, y luego retomó su coloreo.
—Él sabe que es una mala idea, mamá. Es solo que ha decidido que algunas malas ideas sirven para eliminar otras peores.
…
¿Qué habrías hecho tú? Si Franky hubiese sido un embustero, ¿cómo habría ido mi conversación? «Hola, soy tu vecina de dos pisos más abajo. ¿Has estado planeando matar prostitutas? ¿No? Disculpa por la molestia, ¡aquí tienes unos panecillos!».
¿Y si Franky tenía razón? El hombre no confesaría ni un carajo, pero yo sería asesinada después.
¿Debí de haber llamado a la policía? ¿Qué les habría dicho? «Hola, mi hijo es tan malditamente vidente que ya no puedo fantasear con Aziz Ansari ni masturbarme con porno mierdero de Danielle Steel. En fin, busquen prostitutas muertas de las cuales poseo una cantidad impresionante de información».
No me malinterpreten, pensé seriamente sobre cuál era la mejor decisión.
Lo cual fue la razón por la que no hice nada.
Así que fui apuñalada por la culpa cuando vi a los paramédicos moviendo una camilla afuera del apartamento del hombre la mañana siguiente. Me quedé parada, perpleja, a medida que la rodaban hacia fuera, y me hicieron a un lado para ser entrevistada.
Luego fui conducida, casi en un trance, hacia la camilla. Un cuerpo inerte estaba cubierto con una sábana blanca ligeramente húmeda. Observé, en vez de sentir, cómo mi mano se extendía y separaba la sábana de la cabeza del cuerpo.
Era mi vecino, o lo que quedaba de él. Su rostro había sido acuchillado con una línea diagonal. Su mejilla izquierda estaba desplegada y yacía junto a su oreja, exponiendo todos los dientes de ese lado. Su ojo derecho había sido reventado, dejando una piscina sangrienta en la cuenca destrozada. La punta de su nariz no estaba por ningún lado; el muñón se veía como el interior leñoso de una nuez.
Dejé caer la sábana sobre su pecho y corrí a mi departamento.
Franky estaba coloreando de nuevo. Alzó la mirada y me vio con preocupación cuando azoté la puerta detrás de mí. Me recliné contra la repisa, temblando y con la respiración pesada.
—No debiste haberlo visto —me indició tranquilamente.
—Dij… —jadeé— Dijiste que la prostituta moriría —mi tono se agitó.
La expresión de Franky era inescrutable.
—Te pregunté por qué PENSÓ que iba a matar a la prostituta —explicó con una calma inquietante—, porque obviamente era una mala idea, dado que ella era una boxeadora y él era bastante gordo.
Se giró hacia el papel que había estado coloreando, y, una vez más, se ensimismó en su dibujo.
—Supongo que él tampoco se dio cuenta de que le saldría mal.