"Si no fuiste tú, ¿entonces quién fue?" decía mi madre cuando yo trataba de explicarle con todas mis fuerzas que no había sido yo la que había perdido mis juguetes. O que no había sido yo quien se había comido la última porción del pastel. O cortado en trozos sus vestidos. O lastimado a mi perrita. Claro que, siendo yo la única niña de la casa, y mis padres estando extremadamente convencidos que ellos no habían sido, no me creían en ningún caso. La verdad es que era una gran mentirosa a esa edad, así que si había sido yo en la gran mayoría de ocasiones, y mis padres me conocían demasiado bien para poder darse el lujo de creer mis mentiras.
Pero en otros casos, decía la verdad.
Siempre fui una niña de comportamiento extraño, poco convencional y diferente, lo que me llevo a tener grandes problemas en mi infancia. Principalmente porque mordía. Y bastante duro, normalmente a las personas que me agradaban mucho, como a aquel niño rubio del que me enamore en el kínder. Bonita piel, blanca y llena de pecas. Le deje la mejilla morada. Cuando su madre se entero, le reclamo a la mía con fuerza, aunque ella sanamente trataba de ignorarla lo mejor que pudo. Terminaron peleando en el estacionamiento de mi guardería, cuando esa madre enfurecida sugirió que yo necesitaba medicamento psiquiátrico. Fue bastante divertido.
Pero desvarío. Según lo que se cuenta, no fue fácil criarme, en ningún sentido, ya que por las noches no dormía bien, tenía problemas en la escuela, tenía pocos amigos y varias veces mi madre se encontró conmigo gritándole a las paredes, enfurecida. De eso no logro recordarme, pero sí de otras muchas cosas. Por mi comportamiento errático, a mis padres se les puso en la dura situación de no poder creerme cada vez que yo sugería que algo extraño sucedía en mi hogar. No los culpo, realmente, ya que ni yo me hubiera creído a mí misma, si no lo hubiera experimentado.
Vivíamos en una zona no muy alejada de la ciudad, pero si muy peligrosa, en una pequeña casa repleta de libros, todos pertenecientes a mi madre. Era acogedora, aunque siempre pasaba un poco sucia, y era lo que necesitaba una pequeña familia como la mía de solamente tres miembros, más mis mascotas. Por las noches, recuerdo haber oído pasos descalzos que corrían por los pasillos de esta casa que no me dejaban dormir, sumándole el chirrido de mis juguetes que eran sacados de sus cajas. Yo siempre cerraba las puertas cuando estos sonidos empezaban, ya que me daba miedo lo que podría haber allá afuera. Mucho miedo.
Por las mañanas era la primera en levantarme en toda la casa, y normalmente siempre me encontraba con los libros tan atesorados de mi madre desparramados boca abajo por los pisos. Nunca eran muchos, tres o cuatro máximo, y siempre eran los que estaban entre los primeros estantes, así que no me era difícil volver a colocarlos en su lugar correspondiente antes de que mis padres despertaran. Era rara la vez en la que tenía problemas con los libros, particularmente cuando había tormentas eléctricas por las noches, ya que en las mañanas todos los libros de cada uno de los libreros de la casa estaban en los suelos. Todos y cada uno boca abajo, como si los hubieran dejado a medio leer. Allí era cuando mi madre se enojaba conmigo. Yo no era lo suficientemente eficiente para devolverlos a todos a su estante a tiempo.
No creo que mis padres se dieran cuenta de los "visitantes" que teníamos a diario durante mucho tiempo, aunque sé que mi madre lo sospechaba. Una noche me despertó, asustada, cuando halló a mi cachorra de cocker temblando en el armario de su cuarto, con los ojos abiertos de par en par, brillantes entre la oscuridad. Otras veces era ella quien encontraba los libros tirados en el suelo, o encontraba a mi pez afuera de su pecera cuando estaba sola en casa, boqueando por agua. A veces me observaba cuando dejaba en un plato hondo un poco de leche en el muro de mi casa, para que ya no se tomaran la leche que teníamos en la refrigeradora, y se preocupaba.Alado de mi casa había una Ceiba (un árbol tropical, para los que no sepan) enorme que extendía sus raíces por toda la calle hasta llegar a un claro lleno de maleza y que torcía sus ramas hasta el patio trasero de nuestro hogar, dando una deliciosa sombra. Supongo que de allí provenían, esos extraños seres, aunque no estoy muy segura. Si me cruce una o dos veces con alguno de ellos es decir mucho, ya que no les gustaba ser vistos. Nunca les ha gustado, por lo que sé.
Mi amiga Luna, que se quedaba a dormir conmigo y por veces los escuchaba, los llamaba Hadas. Yo no estaba muy convencida. Las Hadas son hermosas, pensaba, buenas y mágicas, tienen alas y varitas, como Campanita de Peter Pan. Estas cosas no tenían alas y de buenas no tenían nada, ya que me pasaban asustando por las noches y me inculpaban de todo. Hubo una ocasión que pintaron un animal horrible, café y lleno de púas, en la pared blanca de mi habitación cuando estaba en la escuela y mis padres en el trabajo. Yo me asusté y trate de borrarlo, pero no se podía, así que cuando mi mamá llegó de su oficio se encontró con esta horrorosa obra de arte en mi cuarto. Más que regañarme por haber manchado las paredes (como esperaba que hiciera) me idolatro, pensando que tenía dones artísticos. Empezó a pintar esa pared ella también, y no pasó mucho tiempo antes de que diversos personajes fueran dibujados allí por cualquier persona que pasará por mi habitación.
No les gustaba los animales en la casa, eso por seguro, ya que siempre los terminaban matando, fuera por enfermedad o cualquier otra cosa. Tuve alrededor de cinco peces dorados y todos murieron al siguiente día de llegar a mi casa, asfixiados al ser sacados de sus peceras o aplastados por algún objeto que estaba muy convenientemente cerca de ellos. Mis dos tortugas desaparecieron a los meses de haberlas adquirido, y, aunque mi padre halló sus caparazones completamente vacíos entre la maleza días después de su desaparición, nunca me lo dijo, para no contrariarme. Mi pequeño terrier blanco murió a la semana de haberlo comprado, por una enfermedad ,la cual no pudimos identificar, que lo hacía vomitar hasta sacar sangre y que no lo dejaba respirar. Y de mis dos periquitos tropicales a uno lo hallé muerto cuando llegué de clases, mientras que el otro cojeaba. Al difunto perico lo habían asesinado con un pequeño alfiler que alguien había incrustado cruelmente por su ojo hasta cruzar su diminuto cráneo.
Las únicas que pudieron sobrevivir todos los atentados con éxito fue mi perra Flor, la cocker, que era tan negra como una noche sin estrellas y una gata llamada Pantera que era igual de negra, la cual se escapó a la casa del vecino después de poco tiempo. Creo que el hecho de ser de color negro las ayudo bastante, ya que cuando se estaban quietas eran bastante difíciles de identificar en los jardines por las noches. Aun así, Flor era muy nerviosa, así que bastantes veces se escapo de morirse por enfermedades graves que contraía con frecuencia, así como por envenenamiento. Tengo un recuerdo muy vívido de ella corriendo por los pasillos de mi casa, escapando de algo que estaba en el patio trasero, allí donde estaban las ramas de aquella Ceiba enorme. Recuerdo asomarme por la ventana (aunque aun no sé si esto fue un sueño o no) y ver como caminaban en fila, siguiendo la línea del muro que limitaba nuestra casa con la otra casa, tres conejillos de indias enormes (aunque no estoy segura que eran eso, realmente), los tres del tamaño de un gato grande. Al verme me sacaron los dientes, para luego seguir su camino hasta un hoyo que había en la tierra y desaparecer por él.
Hace algún tiempo leí en un libro acerca de seres fantásticos sobre Los Golpeadores, seres revoltosos domésticos quienes son famosos por molestar ya que golpean las paredes insistentemente con sus nudillos por las noches. Me hacen recordar mucho a los extraños visitantes que teníamos por esos tiempos en mi hogar. Sin embargo, no recuerdo que hubieran hecho ningún sonido, aparte de sus pies corriendo por los pasillos, o que hubiera hablado de ninguna forma, mucho menos golpear las paredes con sus nudillos.
Entonces, si no eran eso ¿qué eran?
Nos fuimos de esa casa un poco después de mi sexto cumpleaños, ya que a mi madre se le ocurrió ir a la cocina cuando todos estábamos afuera, en mi fiesta. Se encontró con un niño pequeño, aunque por supuesto no era un niño, quien estaba arrodillado en la mesa del comedor, devorando vorazmente mi pastel de cumpleaños a mandíbula abierta. Ella demando saber quién era, sorprendiéndolo, obligando que sus miradas se cruzaran. Mi madre luego nos describió, entre gritos, que había sido un niño con rostro de anciano, que tenía la piel gris y los ojos amarillos, inundados en rabia y odio, y que había salido corriendo al patio. Nadie más que ella lo vio, obviamente, pero la visión la dejo tan traumada que siguió con pesadillas por lo que resto del año.
Nos mudamos a una casa entre los suburbios, más pequeña que la anterior, y a mi gusto un poco menos linda, solo con un garaje y un pequeño patio claustrofóbico que no tenía nada más que algunos arbustos y un poco de pasto.
Y sin ningún árbol a la vista