Mi esposa me estaba agitando cautelosamente. Miré alrededor de la cabaña. Las chicas se debieron de haber ido a dormir. El fuego se había reducido a cenizas. Mi vaso de whisky aún estaba en mi mano.
—Alguien está haciendo ruido en el pórtico.
Luego lo escuché yo también. Agarré mi hacha y encendí la linterna. Abrí la puerta, esperando un mapache o un zorrillo, pero más bien encontré un niño de alrededor de diez años. Él se me quedó viendo por un instante, petrificado, y se echó a correr por el pasaje a través del bosque.
Lo perseguí. Me estaba perdiendo, pero lo escuché tropezarse en la tierra. Salté encima de él en un momento de ira.
—¡¿Por qué estabas tocando mi puerta?!
—Mis tíos me dijeron que lo hiciera —tartamudeó. Ya no estaba enojado, sino confundido.
—¿Pero por qué?
—Para sacarte de la cabaña.