CAPÍTULO 28

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—Joder, Nancy, tenías que ponerte algo que te cubriera más.

     El barman deja mi chupito, me guiña un ojo sin importarle para nada la presencia de Tyler. Yo le respondo con una leve sonrisa, no está nada mal.

—Tyler, eta es mi forma de vestir ¡Siempre! Así que, por favor, no empieces. —Ruedo los ojos y me tomo mi bebida de un trago.

—Hola, linda.

     Unos labios raspan mi hombro, así que giro con la base de mi banco. Encuentro a un chico de piel bronceada, cabello castaño claro y ojos miel, con una sonrisa coquetísima.

—Hola.

     Oigo como el banco de mi lado es arrastrado ruidosamente y lo único que distingo cuando me volteo es a Tyler perdiéndose entre la gente que hay en la pista de baile. Ruedo los ojos, ahí va el celoso.

—¿Tu novio? —Su semblante cambia a uno angustiado.

—No, es solo un amigo. ¿Quieres bailar?

     Sin contestarme o algo, toma mi mano y me jala a la pista de baile.

     Tan pronto como conseguimos espacio, no tarda en afirmar mi espalda a su pecho y comenzar a mover sus caderas contra las mías, yo hago el mismo baile que pide la música. Me aprieta contra su entrepierna, logrando así que mis glúteos la toquen. Es grande.

     Me lamento no poder tener sexo. Esto de verdad es un sacrificio.

     No sé cuánto duramos bailando, pero perdí la cuenta después de la canción número diez. Ya estoy sudando. En este momento hay una mezcla sonando en todo el local.

    Sus músculos se dilatan viendo detrás de mí, trato de voltear para desembuchar el promotor de ello, pero no me da tiempo cuando ya tengo sus labios fijados en los míos.

      Me besa agresivamente, ocasionado que mis labios se muevan rápidamente, sin acicalado. Una de sus manos trata de irrumpir en mi falda. Mantengo mis ojos abiertos, batallando por detenerlo. Trato de quitarlo de encima mío con un poco de delicadeza, pero él solo aprieta más mi cuerpo contra el suyo y gruñe como un perro que no quiere soltar su hueso.

     Cuando su mano hace contacto con la parte superior de mi muslo, reviento. Lo expulso sin una pizca de delicadeza. Se tambalea por el imprevisto aventón. Aprovechando, le doy un puñetazo en la sien que enseguida lo deja noqueado.

     Mi inhalación es abatida por el maldito beso que no hacía más que dañarme, evitando que mis pulmones recibieran su trabajo. Echo un vistazo a mi alrededor para asegurarme de que ninguno haya advertido lo que acabo de tumbar, me tranquilizo al notar que la música hace un buen trabajo al disfrazar con su resonancia todo lo que pasa.

Malditos CazadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora