Capítulo 23: Descubiertos

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Me encantaba la manera en la que me miraba, de aquel modo tan desconcertante y sosegado característico solo de sus ojos. Amaba cómo revoloteaba mi corazón cuando me miraba así, o cuando simplemente me miraba.

Sonreí sin darme cuenta pensando en su manera de caminar, y me sorprendí a mí misma al entender que había sonreído de la manera más tonta posible.

De golpe recordé el sueño que había tenido esa noche, y sentí mi sonrisa desvanecerse.

Me encontraba en mitad de la niebla más densa y gris que jamás había visto, sentía unos fuertes brazos alrededor de mi cintura, y al volverme para ver a quién pertenecían dichos brazos, no me encontré con la persona que esperaba que fuera. Era el joven que había visto el primer día al salir de la enfermería: el más alto y apuesto.

Me llenaba de suaves y cariñosos besos. Cada vez que lo miraba, sus verdes ojos me correspondían expectantes introduciéndose en cada rincón de mi ser.

Entonces, mientras disfrutaba de una extraña y desconcertante manera de sus besos, desapareció. Sus labios ya no estaban cobre los míos, sus brazos ya no cubrían mi cintura, y junto con él la niebla había desaparecido. Y en el momento en el que se esfumaba, aparecía entre los brazos de Rob, justo donde más deseaba estar. Él sin embargo, no me besaba con delicadeza. No digo que no fuera tierno, sino que su manera de besarme no era un simple roce, sino más bien un beso feroz, hambriento, desesperado, incluso me atrevería a describirlo como furioso. Y cada vez que su boca se separaba de la mía la sed más violenta existente te apoderaba de mí haciéndome regresar con desesperación a sus labios.

-¿Te pasa algo? -La voz de Rob me sacó del ensimismamiento que estaba experimentando.

-No-. Respondí. -Solo estaba pensando.

-Está bien -Suspiró acercándose a mí.

Una brisa alborotó mi pelo e hizo que las hojas de los árboles se movieran en una curiosa danza mientras otras caían en espiral hasta el suelo. Los pájaros cantaban alegres y las flores blancas y amarillas que lo cubrían todo disfrutaban de los últimos rayos de sol.

Rob puso sus manos sobre mi cintura, igual que lo había hecho en mi sueño, y dibujó pequeños círculos con los pulgares en mi cadera, transmitiendo pequeñas corrientes eléctricas a lo largo de mi piel.

Me estrechó contra su pecho y nos miramos durante unos intensos y breves instantes, antes de que él se acercara poco a poco a mi boca, como si tuviera miedo de sorprenderme o de asustarme, y mientras tanto yo observaba cómo iba cerrando los ojos lentamente mientras se inclinaba sobre mí.

Posé mi mano en su mejilla y lo acaricié hasta que nuestros labios se unieron en un sencillo roce. Al principio fue dulce y delicado, pero cuando sentí un extraño y abrasador calor en lo más profundo de mi ser, el beso se intensificó.

Y quise más.

Quise muchísimo más, pero dudé de Rob. Dudé porque estaba segura de que no me daría más que aquello. Sabía que tenía miedo a no poder controlarse suficiente y hacerme daño; sabía que temía no poder controlar su fuerza cuando la pasión lo inundara todo.

Pero yo quería más.

Quería más de todo aquello que él me pudiera proporcionar.

Y lo hizo.

Sus musculosos brazos me apretaron aún más contra su atlético cuerpo, extinguiendo los centímetros de aire que separaban al uno del otro.

Sentí el acelerado latir de su corazón, y me di cuenta de que, quizá por casualidad, palpitaba a la vez que el mío. Noté cómo me estrujaba y me ceñía contra su cuerpo hasta tenerme justo donde él quería.

Besos de terciopeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora