Capítulo 2: El secreto del talismán prohibido

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Al día siguiente me desperté desorientada. Miré a mi alrededor y pude reconocer de qué lugar se trataba aquel en el que me encontraba: la sala de estar de Laura Price.

La única verdad que se podía decir sobre la noche pasada, era que había resultado ser -tal y como había imaginado- un completo, y aburrido desastre. Durante la cena, la palabra predominante en absolutamente todas las conversaciones, había sido universidad.

Todos charlaban sobre carreras, y universidades extremadamente caras a las que irían, y yo, ¿qué decir sobre mí?, en aquel ambiente tan cargado de superioridad e intereses me sentía fuera de lugar, una extraña, un bicho raro.

Aunque en cierto modo, lo era. Destacar como un bicho raro entre la gente siempre había sido uno de mis reducidos puntos fuertes.

El resto de la noche fue dominada por música y cantidades indecentes de alcohol.

En ese preciso momento, mientras veía aquel desastre de mentes y hormonas alborotadas, me di cuenta de lo hipócrita que puede llegar a ser nuestra sociedad, poniendo siempre por delante la importancia de la persona ante su situación social, porque hoy día, si no eres importante, no eres nadie. Y en mi opinión, si seguimos esa regla de tres, las personas poco importantes, con sueños y aspiraciones poco materiales, son las más interesantes.

Me incorporé, y sentí un leve mareo que me asaltó por sorpresa. Estaba sobre un majestuoso sofá burdeos de terciopelo , que se situaba delante de una gigantesca chimenea con  llamas rojizas y anaranjadas que volvía poco a poco negra la madera.

Miré hacia mi derecha. Allí, sobre un sillón de cuero marrón, estaba Jess, que dormía en un profundo y tranquilo sueño.

Y a mi izquierda, estaba Rob, que también dormía plácidamente. Tenía el pelo revuelto, y unos mechones despeinados le caían sobre la frente. Estaba viendo a Rob indefenso ante su total esplendor, respirando profundamente, con los labios entreabiertos, -sonreí, parecía un niño dormido después del cuento- y con las mejillas sonrojadas por el calor del fuego.

Me acerqué a él en silencio, con los zapatos de tacón en la mano, y una estúpida sonrisa en la cara.

Me puse de cuclillas frente a él, y le desperté suavemente. Sonrió al verme, pero enseguida se extrañó al mirar a su alrededor.

-¿Dónde estamos? -Susurró con voz ronca.

-En casa de Laura, Rob. Voy a despertar a Jess, deberíamos irnos ya.

Mientras él se estiraba y desperezaba, desperté a su prima, la cual se sorprendió de vernos despiertos tan pronto.

-Jess, no es que vayamos a llegar pronto a casa, es que vamos a llegar tan tarde que acaba de amanecer, venga, vámonos.

Mientras salíamos de la sala, pude comprobar que no habíamos sido los únicos que allí habíamos dormido.

Había gente por todos sitios: por el suelo, las escaleras, los rincones...

Algunos roncaban como si fuera el mejor sueño de su vida, otros, sin embargo, tendrían al despertar un terrible dolor de espalda.

Cuando llegué a casa mi padre ya se había ido a trabajar. No sabía ni qué hora era. Fui a la cocina y miré el reloj, eran casi las ocho de la mañana, justo la apertura de la tienda de antigüedades de mi padre, o como él la llamaba, "santuario de historia".

Tanto a él como a mí, aquel lugar nos traía muy buenos recuerdos. En esa tienda hallé de pequeña un medallón muy viejo, con extraños símbolos y criaturas representadas.

Cuando lo encontré, corrí a enseñárselo emocionada a mi difunto abuelo, pero él me lo quitó y lo escondió. Me dijo que no podía jugar con él, porque era algo peligroso. También me dijo que no se me ocurriera volver a tocarlo.

Besos de terciopeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora