Capítulo 50: Pacto de sangre

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Aquí tenéis mis amores💓

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Todo el mundo corría de aquí para allá abasteciéndose de armas.

“Salva a mi sobrina.” Le había dicho Rosa al doctor.

Rob estaba nervioso. Conducía a toda velocidad por la carretera mientras veíamos a lo lejos el brillo de las explosiones.

Le había visto metiendo una pistola, ropa y víveres en una mochila, porque la misma mujer que había implorado que se me salvara semanas antes, le había dado órdenes claras: “Protege a mi sobrina.”

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-No permitiré que muera en esta guerra, y tú tampoco, aunque sea por todos los ángeles del cielo, lo sé muy bien. Llévala lejos. Protégela como tú sabes. Pero no te dejes llevar por el deseo que aún se aferra a ti de ir tras Cam-. Había dicho Rosa seriamente.

-¿Qué será de mi tía y Sam?- Había preguntado él.

-Estarán bien. Enviaré a un grupo de soldados a otro de los cuarteles, ellos irán en ese grupo. No puedo decirte a cuál de todos los que tenemos les enviaré por seguridad, pero sé que acabarás encontrándolos. Sandra y tú marcharos de inmediato. Le guerra está cerca-. Miró a Rob implorándole paciencia y fuerza, estaba nerviosa.

Había llamado a Rob y se habían reunido con urgencia.

-¿Qué será de usted? -Se había preocupado Rob.

-Lucharé por el bien, lucharé. Y si salgo viva de esta... Cuando todo haya terminado os buscaré, Rob. Pero tienes que prometerme una cosa-. Había exigido impaciente la Comandante.

-Lo que sea-. Rob temió lo peor.

-Protege a mi sobrina-.  Rob iba a contestar cuando una explosión les interrumpió. -¡Ya están aquí! ¡Iros! -Gritó ella mientras lo empujaba fuera de la sala de reuniones.

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Y ahora nos encontrábamos huyendo de la guerra a la que yo estaba predestinada dirigir. Todo era un caos en mi cabeza, y fuera de ella.

-Tengo miedo, Rob-. Dije agarrándome fuerte a la puerta.

-Tranquila, no nos pasará nada-. Me tranquilizó él.

-No tengo miedo por mí-. Clavé las uñas en las palmas de mis manos.

-El grupo de soldados salió a la misma vez que nosotros. Estarán bien-. Tenía la mirada fija en la carretera. Alargó el brazo y subió el volumen del CD que sonaba.

-Ni si quiera saben que nosotros también nos hemos ido... no hemos podido despedirnos, ¿y si se han quedado buscándonos?

-Amelia nos vio, Sandra. Me asintió con la cabeza cuando me subí al coche. Sabe nuestros planes.

-Eso espero, Rob-. Suspiré.

-¿Por qué no duermes un poco? Aún nos queda mucho camino por delante y pareces cansada-. Posó su mano sobre mi puño cerrado. -Relájate, no nos va a pasar nada, ni a ellos tampoco.

Y después de eso, el peso de mis párpados había podido conmigo, y había caído presa de un profundo sueño.

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-No tenemos a dónde ir, Rob-. Dije frotándome los ojos somnolienta.

Acababa de despertarme. Sentía los brazos pesados, como si hubieran estado hechos de hormigón. Me dolía la cabeza, y toda yo era un amasijo de preguntas sin respuesta.

Besos de terciopeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora