Por encima de todo lo que sentía en aquel momento, un agudo dolor me atravesó el pecho, haciéndome gritar como si fuera a rasgarme la garganta de un momento a otro, a la vez que abría los ojos asustada. La luz del sol me cegó, pero a pesar de eso pude ver que sobre mí se alzaba una figura delgada con el pelo corto.
El calor del dolor se extendía desde el centro del pecho hasta la punta de los dedos de las manos y los pies, hasta la punta de cada cabello de mi enredada melena.
Pero justo en el momento en el que ese dolor me invadió, fui capaz de sentir el oxígeno arderme dentro de mí. Y aunque lo que sentí cuando llegó a mis pulmones, de nuevo, no fue más que dolor, me sentí gratamente reconfortada.
La misma figura borrosa que había visto sobre mí, tomó mis muñecas y me arrastró por el barro.
Después de eso lo único que recuerdo es sentirme en movimiento mientras escuchaba el sonido -camuflado por la lluvia- del motor de un vehículo. Creí ver el interior del maletero de una furgoneta, pero de eso ya no estoy tan segura.
Al despertar no recordaba más después de la paliza. Miré a mi alrededor y pude reconocer que estaba en la enfermería donde me habían cosido las heridas de las alas.
Estaba en el campamento. No pude evitar que un sentimiento de alivio se extendiera por todo mi pecho. Suspiré cansada, pero al expulsar el aire de mis pulmones sentí un dolor punzante justo entre mis pechos. Escuché un extraño gorgoteo que provenía de mi interior.
Me incorporé dolorida. Gemí al notar mis tres costillas facturadas apretadas con una venda, y cuando quise hacer una mueca de desagrado, los músculos de mi mandíbula se tensaron y me dolieron allí donde había recibido una patada.
Todos y cada uno de los golpes de mi cuerpo desprendieron un dolor abrasador.
Toda yo dolía tanto, que no fui capaz de incorporarme más, y caí rendida sobre la dura mesa de acero. Entorné los ojos, a mi lado vi una bandeja llena de bisturís ensangrentados, tijeras con extrañas formas, y todo tipo de objetos que solo un cirujano podría reconocer.
Se me revolvió el estómago. ¿Me habían operado? ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba Rob?
Quería verlo. Quería besarlo y abrazarlo. Quería disculparme por mi única y genial cualidad de meterme en problemas, pero sobre todo quería tenerlo entre mis brazos. Esa misma madrugada había pensado que definitivamente no volvería a verlo nunca más, y ahora estaba ansiosa por recuperarlo.
Intenté llamar a alguien, pero cuando grité, el sonido murió en mi garganta haciendo que de entre mis labios solo saliera un balbuceo susurrado.
Me quedé allí tendida. Esperando algo, o a alguien. Esperando una explicación.
Y como si un hada de los deseos se hubiera apiadado de mí, la explicación llegó.
-Está muy mal -Escuché decir a Amelia al otro lado de la puerta. Se le notaba realmente preocupada.
-Tengo que verla.
Esas palabras hicieron que mi corazón se precipitara sobre un abismo de nervios. Era él.
-No puedo dejarte, te romperías en mil pedazos si la vieras. No voy a dejar que le pase eso a mi sobrino -Hizo una breve pausa -No puedo.
-Sabes que lo haré. Sabes que entraré ahí con o sin tu permiso -Amenazó Rob.
Amelia suspiró.
-Está bien, pasa -Accedió.
Después de un segundo la puerta se abrió lentamente.
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Besos de terciopelo
FantasyAtrapada en una guerra entre corazón y lógica, observa su devastador e inevitable futuro. Un ángel y un lobo. Se debate entre el amor de dos seres fantásticos, y la supervivencia de la humanidad. La traición, el peligro, las mentiras, los secretos...