Estaba en mi habitación husmeando entre la estantería en la que Rob había ordenado meticulosamente sus libros. Recuerdo que solía cerrar los ojos y aspirar profundamente para intentar recordar su olor.
Di con un libro que consiguió llamar mi atención lo suficiente como para pararme un momento y observarlo.
Era viejo; el más viejo de toda la estantería. Grueso y con la tapa de cuero.
Cuando fui a dejarlo de nuevo en su sitio, después de hojearlo, un trocito de papel amarillento se deslizó desde su interior y fue a parar al suelo.
Lo recogí, estaba doblado en innumerables pliegues. Lo desdoblé, y lo leí con curiosidad.
"Dirígete al lugar en el que el sol se pone tras el horizonte, y el viento te acuna mientras duermes. Coge lo necesario y sal de ahí en cuanto hayas leído esto. No confíes en nadie, ni si quiera en los que creas conocer. Te esperaré allí. Quema este papel inmediatamente."
Una sonrisa se formó en mis labios. Había reconocido la letra un instante después de abrir el papel; el autor era Rob.
Siguiendo sus órdenes, quemé el papel y corrí a buscar mi mochila de senderismo. Metí lo justo y necesario, y como supuse que tendría que esperarlo allí haciendo noche, metí ropa, sopa en lata, un cuchillo, y un botiquín de viaje.
Eran las cuatro de la tarde, demasiado pronto para realizar una huída. Esperaría hasta media noche, y después saldría a hurtadillas.
Aproveché las pocas horas que me quedaban para dormir. Tuve un sueño extraño.
Era una bonita casa de campo, pequeña y humilde. En mitad de una pradera. Hacía un día precioso de verano. Podía escuchar el murmullo del agua de un arroyo cercano, el sonido del acariciar del viento en las copas de los árboles, los pájaros revolotear...
El despertador sonó indicando que ya era media noche. Me levanté sigilosa, comí algo rápido y me lavé los dientes. Después, me lavé la cara, y me sentí tan bien y tan fresca, que decidí demorar un poco más y meterme bajo la alcachofa de la ducha, ya que no sabía cuándo sería la próxima ducha que podría tomar.
Me vestí rápida y silenciosa. Me calcé con unas botas de monte, y me eché la mochila al hombro. La ajusté con las correas a las medidas de mi espalda y cintura para que no se moviera, y salté por la ventana.
La mochila me ayudó a amortizar gran parte del golpe, me levanté del suelo, me sacudí la ropa, y me puse en marcha.
No tenía un rumbo fijado, al menos conscientemente, porque inconscientemente, mis piernas sabían perfectamente a dónde se dirigían.
Esa noche había luna llena, y todo quedaba prácticamente iluminado por una luz blanquecina.
Caminé durante horas por la carretera. Si no hubiera comido algo antes de salir, habría estado agotada y sin poder dar un solo paso más.
Decidí parar un rato para descansar, pero no lo haría allí, donde cualquiera podría verme. Me salí de la carretera, y me adentré en el bosque.
Divisé a unos metros de mí un robusto árbol, que podría ser un buen sitio para parar.
Me deslicé por su tronco, y me quedé sentada en el suelo con la espalda pegada a su rugosa y tosca corteza. Estaba lo suficientemente lejos de la carretera, y oculta entre la densa vegetación del bosque, que cualquiera que pasara por allí no me podría ver.
Sin darme cuenta, los ojos se me cerraron, y fui tele transportada a una realidad paralela, en la que volvía a visitar la casita de campo.
La chimenea estaba encendida, y el olor de la madera le daba a la estancia un aroma hogareño muy acogedor.
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Besos de terciopelo
FantasiAtrapada en una guerra entre corazón y lógica, observa su devastador e inevitable futuro. Un ángel y un lobo. Se debate entre el amor de dos seres fantásticos, y la supervivencia de la humanidad. La traición, el peligro, las mentiras, los secretos...