Capítulo 2: Mientras mi sombra me sigue

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Caí de lleno al piso, y sobé mi cabeza con una mueca de dolor.

—Das asco. —murmuró el líder.

—No mucho más que tú. —el grupo de chicos que presenciaba mi patética práctica de defensa, soltó un coro de gritos eufóricos.

—No seas tan duro con ella, líder —dijo uno de los muchachos. —. Es la única chica en estas prácticas y la apreciamos mucho como para que vengas a maltratarla. —rió.

Eso era cierto. Era la única chica en un grupo de hombres. Era una excepción. La vez que me enteré de que en una bodega que a la vista de cualquiera parecía estar abandonada, un hombre, llevaba toda su vida dando clases de defensa personal y boxeo, no dudé en ir e inscribirme. Claro que al poner un pie en aquel lugar me sacaron a patadas, ya que las clases solo eran para chicos, y las chicas allí no eran aceptadas. Pero yo no me rendía fácilmente, y cuando reté a uno de los muchachos a una pelea, el líder se dio cuenta de que, según sus palabras: "tenía agallas".

Obviamente había perdido miserablemente en aquella pelea, pero había ganado la curiosidad del líder. Así que luego de varias quejas por parte de los ocho chicos que también eran entrenados allí, me aceptaron como parte del grupo, y de ahí en adelante fueron todo un amor conmigo. Era algo así como una hermana pequeña que debían proteger, aun y cuando yo había peleado con varios de ellos en algún momento y aunque no había ganado nunca, les había dado unos buenos golpes que me hacían sentir orgullosa.

—Cállate, Josh. —gruñó el líder dándome una mano para ayudarme a levantar del suelo.

No la acepté y me levanté por mi cuenta, provocando que él y varios chicos sonrieran burlonamente.

—Sabes que esta chica es capaz de partirte la cara.

Josh bufó. —Ni me lo recuerdes. Aún me duele la nariz y ya a pasado casi una semana desde que me golpeó.

Miré la hora, eran las seis de la tarde. Suspiré con frustración, debía llegar al apartamento antes de las siete si quería que mis padres no encontraran el lugar inexplicablemente vacío. Además mañana tenía clases, de hecho tenía tarea de química y ni siquiera la había empezado.

Corrí al oxidado casillero y utilicé la técnica de golpearlo con mi puño para que abriera fácilmente. Saqué de allí mi mochila, y corrí a un pequeño baño que había oculto dentro de la misma bodega.

—Voy a ducharme —avisé solo por cortesía. —Y el que se atreva a mirar tendrá graves consecuencias. —los amenacé a gritos antes de cerrar la puerta.

—Uh, no te preocupes. Nadie quiere tener problemas con el señor White. —escuché las voces de los chicos de fondo.

Miré mi rostro en el distorsionado espejo y abrí los ojos como platos al ver que el sudor había hecho que mi base de maquillaje se corriera un poco. Tomé una rápida ducha, e intenté no mojar mi verdadero cabello para que la peluca no se afectara. Me maquillé lo necesario para volver a crear una falsa imagen de mí y salí del pequeño baño.

Me despedí rápidamente de mis compañeros y caminé fuera de aquella bodega.

—¿Erika? —me giré para encontrarme con un chico de mirada confundida e insegura. —¿Eres tú?

—Bastian. —sonreí asintiendo y él me regaló una radiante sonrisa.

—No estaba seguro de que fueras tú, ¡no puedes pasar toda tu vida con una imagen diferente! Te vi salir de la bodega del líder y pensé en la posibilidad de que fueses tú realmente, ya que a excepción de ti ninguna chica entra por esa puerta oxidada.

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