Capítulo 41: La eternidad en un minuto

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Odiseo Evans.

Aquel chico completamente pálido de intenso cabello oscuro y los ojos azules más bonitos que había visto en mi vida. Aquel alto y fuerte muchacho que había sido mi pareja de danza y casi mi amigo. Pero que en realidad era colega y confidente de Antonio.

Y ahora es chico estaba aquí, en Launceston, Tasmania.

Retrocedí en la misma silla que estaba sentada, provocando que esta hiciese un chirrido que me hizo reaccionar.

Me puse de pie sin despegar la mirada de él, quien se acercaba por aquel pequeño pasillo con pasos lentos pero confiados. Tranquilo, como si lo tuviese todo bajo control.

Estaba cansada de siempre terminar huyendo como loca, pero es que era lo más lógico dado el caso que no tenía ningún tipo de oportunidad con mis oponentes.

Entonces vi por el cristal del restaurante. Allí, en la acera, había un camión de carga. El camión de carga que aquella anciana dijo haber estado esperando.

Pero si Keitan había ido a descargar y el camión estaba frente a allí significaba que atrás del restaurante posiblemente...

Una trampa.

Maldición.

Deduciendo todo aquello, perdí unos buenos segundos que pude haber utilizado para hacer algo inteligente.

Pero no.

Empujé la puerta para salir del restaurante chino y antes de que pudiese bajar el pequeño escalón, Odiseo tenía mi muñeca sujeta y doblada en un ángulo extraño contra mi espalda.

La campaña de la puerta emitió un tintineo que me resultó aterrador cuando Odiseo se pegó a mí y me empujó discretamente hasta salir a la acera.

Posiblemente si el restaurante hubiese estado más lleno, me hubiese ido mejor. Pero aquellas dos chicas que comían eggrolls estaban entregadas a sus celulares, y el chico que acababa de bajar del camión para descargar, estaba escuchando música con sus audífonos bien puestos.

La juventud era un asco, me incluyo en la categoría.

Tiré de mi brazo para desasearme del agarre de Odiseo en mi muñeca y solté un jadeo cuando sentí un calambre. Tiré más fuerte para liberarme pero sólo conseguí que mi muñeca emitiese un crujido que me hizo volver a quejarme y morder mi labio.

—Suéltame, Odiseo, me estás lastimando —ordené entre dientes.

—No. Yo no te estoy lastimando. Te lastimas tú misma al intentar soltarte.

Y era cierto. Acababa de comprender que mi ex-pareja de baile me estaba haciendo una de aquellas famosas llaves de las que tanto hablaba el líder. Básicamente consistía en doblar la muñeca en cierto ángulo, permitiendo que cuando la persona intentaba soltarse, los músculos se tensaban, se contraían e iban en contra de la persona que intentaba forcejear para liberarse.

Lo sabía. De igual forma sabía que mientras más fuerte tirara de mi brazo, peor me iba a ir.

Y, lo siento, orgullo, pero yo quería conservar mi mano derecha.

Muy ingenioso, Odiseo.

—¿Qué es lo que quieres? —gruñí —¿Dónde está Keitan?

Giré mi rostro para verlo con una expresión neutral; ni demasiado molesto, ni demasiado alegre.

—Vengo a llevarte con Antonio —dijo —. Y respecto a tu amiguito el espía, despreocúpate. Él está bien.

Esto era una de esas ecuaciones negativas, al menos para mí. Keitan no podría venir a ayudarme, y yo contra Odiseo y Antonio no podría hacer mucho. Por lo que nada de esto era positivo. Era malo, muy malo, pero actuaría indiferente.

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