Capítulo 19: El hospital del terror

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Justo cuando piensas que la situación en la que te encuentras no puede empeorar, repentinamente tu nariz comienza a sangrar.

Tan casual.

Esto era lo que sabía hasta ahora. Había estado demasiado molesta con mi guardaespaldas y de repente, mi nariz decidió jugar a ser diva.

-¡Maldición! -exclamó Antonio -Llévala al auto, voy enseguida. -le ordenó a Odiseo, entregándole las llaves.

¿Y qué rayos? ¡Ellos prácticamente no se conocían!

Antonio salió con grandes zancadas del aula, y yo, aturdida por todo lo que estaba pasando, me quedé sin mover un músculo.

Sentí los brazos de Odiseo levantarme del suelo, y fue entonces cuando reaccioné.

-Puedo caminar sola -gruñí.

-No, no puedes -dijo caminando rápidamente hasta la salida -Echa tu cabeza para atrás y sujeta tu nariz, respira por la boca -ordenó y le hice caso cuando comprendí que verdaderamente me estaba desangrado.

No podía casi moverme y los ojos me pesaban.

-Estás perdiendo mucha sangre -dijo él con preocupación.

¡Argh! Odiaba esto. Yo siempre había sido una chica independiente, y ahora necesitaba que un chico me cargara porque repentinamente parecía estar muriendo.

Ok, debía calmarme. El drama no era lo mío, ese papel era de mi madre y no pensaba robárselo.

Pero si la vida te da limones, hay que aprender a hacer limonada. Al menos el chico que me estaba cargando era uno guapo y que sabía bailar ballet.

Si otro hubiese sido el momento y si no me estuviese asfixiando con mi propia sangre, le hubiese preguntado a las personas que me miraban horrorizadas al pasar por los pasillos, si deseaban tomarme una foto o algo. Incluso llamar a una editorial periodística para que volviesen a publicar una noticia sobre la mancha negra en el apellido White.

De un empujón, Odiseo hizo que la pesada puerta de la Academia Arte y Danza estuviese abierta, y tuve que cerrar mis ojos cuando los rayos del sol afectaron mi vista.

Parpadeé luego de unos segundos, viendo cómo Odiseo abría la puerta del auto de mi guardaespaldas y me tumbaba en los asientos traseros.

¡¿Y cómo rayos sabía él dónde Antonio había aparcado el auto?

Si no moría desangrada, moriría de algún corto circuito en mi cerebro, si es que eso era posible.

Escuché la puerta del auto cerrarse de un tirón y levanté un poco la cabeza para ver a Antonio sentado en el asiento de conductor y a Odiseo en el de pasajero.

Genial, un viaje familiar.

-¿Qué te dijeron? -preguntó Odiseo.

-Que la llevara lo antes posible -respondió.

Se giró hacia mí y me pasó un trapo que utilicé para sujetar contra mi nariz.

-¿Estás seguro de que ellos...? -Odiseo dejó la pregunta en el aire.

-Me deben un favor. Además, están de nuestro lado -dijo Antonio -. Solo espero que lo que tengo en mente no sea cierto.

-¿Adónde vamos? -alcancé a preguntar.

-A un hospital -respondió, mirando por el espejo retrovisor algo más allá de nosotros.

-No, espera, no quiero ir a un hospital -pedí -. Mejor regresemos al apartamento.

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