Capítulo 14: Veamos quién miente más

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"Estoy seguro de que no es lo único que ocultas."

Fruncí el ceño y retrocedí un paso.

—¿Disculpa? —pregunté.

—Lo siento, no fue mi intención asustarte —rió amistosamente —. Debo dejar de hacerme el "chico misterioso", leí en un libro que a las chicas les atrae eso.

Solté una carcajada cuando intentó hacer una pose coqueta y falló en el intento.

Suspiré aliviada.

Estaba paranoica. Desde que había conocido a Keitan y me había enterado de cosas indebidas, desde que había descubierto aquel mundo secreto, no pasaba ni un solo día en el que no me preguntara si alguien además de ellos me estuviese vigilando con malas intenciones.

Obvio que Antonio y los hombres de seguridad me estaban vigilando, pero, ¿tenían ellos malas intenciones?

No, aunque odiase admitirlo, ellos sólo querían protegerme.

—¿Crees que sea verdad? —preguntó y volví de vuelta a la realidad.

—¿Qué cosa?

—Que a las chicas les atraen los chicos misteriosos.

Volví a reír. —No lo sé, no tengo mucha experiencia en cuanto a chicos.

—Entiendo —se encogió de hombros sin dejar de sonreír.

Me tomé unos segundos para observarlo bien. Era alto, casi tanto como Antonio o Keitan y lo odié por eso, su oscuro cabello sólo lo hacía parecer más pálido de lo que ya era. Y sus ojos claros brillaban intensamente.

—¿Usas lentillas? —pregunté no resistiendo más la duda.

Estaba acostumbrada a ver ojos azules. Mis ojos y los de Antonio tenían el mismo tono de azul, pero los de Odiseo eran muchísimos más claros que los de nosotros.

—Oh, no —respondió haciendo una ademán con la mano —, el color de mis ojos es una cualidad que heredé de mi madre.

—Increíble —dije verdaderamente sorprendida.

—Basta de charla, niños —interrumpió Sophia y por primera vez en toda mi vida, la odié.

Estaba siendo social con un chico que no era de los barrios pobres. ¡Eso era un gran avance! ¿Sería esto una señal de que mi vida social pronto mejoraría?

—Erika, quiero verte practicar la última rutina que habíamos estado ensayando —asentí ante las palabras de la profesora.

Lo cierto era que me había aprendido cada paso de aquella rutina a la perfección, pues aunque me habían prohibido venir a la academia, yo había continuado mis practicas en la soledad de mi habitación.

De reojo observé a Antonio empujar la puerta de cristal del aula de la señorita Sophia y caminar con pasos neutrales hasta sentarse en la típica incomoda silla de espera.

Tal vez nadie había notado que minutos atrás, mientras yo hablaba con Odiseo, él había salido fuera del aula. Gracias a que las paredes estaban hechas de cristal, pude apreciarlo claramente, hablando por el celular en una esquina del pasillo. Hubiese sido algo normal, si no hubiese movido las manos de un lado a otro en un intento desesperado de explicar algo y no le hubiese estado gritando a la persona al otro lado de la línea.

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