Capítulo 23: Vacaciones extremas

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Mantente alerta a tus alrededores todo el tiempo.

Siempre mantente calmada y actúa natural.

Recuerda ser consiente de la situación.

Eso me había dicho Keitan que hiciera, y eso había hecho los últimos tres días. Había memorizado la rutina que tenían las personas en este hospital. El desayuno servido a la misma hora, el almuerzo y la cena por igual. Una mujer limpiaba la habitación donde me encontraba todos los días a las doce del medio día. Recibía dos visitas por parte de aquel doctor y una por parte de una psicóloga que comenzaba a dudar si estaba calificada verdaderamente. Habían cámaras de seguridad en las cuatro esquinas de cada pasillo. Antonio había llamado todos los días, yo no había querido hablar con él.

Todo cambió una tarde. Tocaron la puerta de la que se había convertido mi habitación temporal y caminé hasta la puerta dispuesta a encontrarme con algún hombre de bata blanca. Sin embargo, me tomó completamente por sorpresa encontrar a Antonio sonriendo radiante.

-Hola -dijo y sacó algo de atrás de su espalda -. Pensé que querías esto.

Me pasó mi mochila y me contuve para no sonreír.

-Gracias -murmuré indiferente -, espero que no hayas toqueteado mis cosas.

-No lo hice -informó burlón, como si no me hubiese dejado aquí al igual que a una esquizofrénica -. Odiseo está abajo, ¿quieres verlo? Podrían conversar.

-He tenido un día algo cansado, ya sabes, haciendo absolutamente nada. Y no estoy de humor para visitas indeseadas -informé -. ¿Vas a sacarme de aquí?

-Pronto, lo prometo.

¿Qué tanto estaría haciendo mientras aprovechaba que yo no podía hacer nada?

-No quiero verte hasta que estés dispuesto a sacarme de entre estas paredes blancas -cerré la puerta en su rostro.

-Entiendo que estés molesta conmigo -lo escuché decir -. Odiseo y yo estaremos abajo unos minutos, por si deseas abandonar tu rutina. Hay una ofrenda de paz dentro de la mochila, espero la aceptes.

Abrí la mochila cuando sentí sus pasos alejarse y encontré una lata de CocaCola.

¿Esa era una buena oferta de paz?

Podría considerarlo.

Así que cuando me tomé aquella lata de refresco, busqué dentro de mi mochila intentando encontrar ropa decente que pudiese usar en lugar de aquellas camisas y pantalones blancos que eran lo único que me ofrecían los sujetos de allí, pero no, allí no había ropa. Solo mi celular, mis zapatillas de ballet, dinero, la pequeña navaja y las demás cosas que siempre guardaba estaban allí, pero ahora mismo me resultaban irrelevantes. Realmente Antonio parecía no haber sacado ni toqueteado nada.

Salí de aquella habitación y caminé hasta la pequeña sala de espera. Si mamá me hubiese visto en estas fachas probablemente hubiese infartado. Pero ella ya no podía verme, y cuando había podido hacerlo, no se había interesado. Sólo esperaba que Antonio no se hubiese ido aún, tenía algunas cosas que reclamarle.

Las pláticas de estos tres últimos días con la psicóloga del lugar no habían sido muy prometedoras. No me sentía libre para hablar con un desconocido. Además, si le explicaba todo lo que me estaba pasando posiblemente me hubiesen atado a una camilla y yo no quería eso. Yo era consiente de la situación.

Antonio ocultaba cosas. Odiseo y él eran amigos de la escuela, supuestamente. Unos hombres habían intentado secuestrarme y casualmente mi guardaespaldas conocía a mis secuestradores y éstos lo habían culpado por haber roto un protocolo. ¿Qué protocolo? ¿Qué era lo que Antonio había dejado atrás? ¿Por qué habían insinuado que yo tenía sangre azul cuando yo no era de la nobleza?

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