Capítulo 55: Los monstruos en mi cabeza

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El choque con el agua fría me golpeó como una descarga eléctrica. La presión del impacto quemó mi piel, y sólo entonces reaccioné, e hice lo posible por emerger. Luego de varios intentos en los que la corriente intentó impedirme aquello, logré salir a la superficie y respirar profundamente. La mochila en mi espalda pesaba aún más estando mojada, pero por suerte sabía nadar. Y, a pesar de que hacía mucho tiempo que no nadaba, las clases de natación aún estaban grabadas en mi memoria. Me arrastré por la tierra húmeda de la orilla y me tumbé boca arriba entonces.

"Tienes tres horas".

La amenaza estaba presente, era real. No perdí más tiempo allí tumbada. Tenía tres horas para salir de aquel bosque, tomar un taxi que me dejara al sur de Sídney y llegas a The Carso en Manly.

Saltando aquel risco había ahorrado muchísimo tiempo. Solo rezaba por no encontrarme con ningún hombre de negro por allí.

La batería de mi celular estaba inundada de agua. Obviamente aquello era algo que no había podido evitar. Sin embargo, al intentar encender el celular, este funcionó con normalidad. 

Supuse que Odiseo había previsto que algo así podía suceder. 

Permití el acceso a mi ubicación y logré salir de aquel lugar gracias a una aplicación instalada similar a un GPS. Agradecía estos packs de espías que me habían sido brindados.  Solo esperaba que los hombres de negro no lograsen rastrearme tal y como se habían negado a hacerlo con Keitan. 

El conductor del taxi me miró de arriba a abajo antes de permitirme entrar a su auto. Lo entendía, mi ropa aún estaba húmeda. La mochila prácticamente aún goteaba agua. Mi cabello era un desastre y mis manos temblaban.

Y es que tenía la sensación de que había entrado en shock minutos atrás. Lo sabía porque mis manos temblaban, miraba a mis alrededores cada tanto, y sentía el vértigo de continuar cayendo desde lo alto de aquella cascada.  Aún así, una parte de mí seguía consciente. 

Lo bastante consciente como para haber activado la ubicación en mi celular, y habérmelas arreglado para persuadir al taxista que ahora me llevaba al sur de Sídney.

Una vez llegamos, abrí mi mochila en busca del dinero para pagarle al hombre. Cada uno de los billetes que Odiseo me había dejado allí estaban aún húmedos por el agua. Los tomé en mis manos y miré al taxista.

Extendió su mano hacia mí y le pasé el dinero correspondiente casi avergonzada. 

—Ha sido un día difícil —asintió el hombre con algo parecido a una sonrisa que intenté devolverle.

(...) (...) (...)

Manly era un pueblo al sur de Sídney.

"A siete millas de Sídney, a un millón de millas de las preocupaciones".

Esa frase era citada frecuentemente por las personas de allí. Pero justo ahora sentía que no era así.

Y era algo irónico que me hubiesen citado precisamente en Manly como punto de encuentro.  Lejos de las preocupaciones. Sí, claro.

Unos cuantos minutos de caminata me bastaron para llegar a la peatonal The Carso. Cuando mi celular emitió una casi inaudible melodía, mi estómago se revolvió.

Era una llamada entrante.

Ignorando las burbújas de agua y la pantalla táctil agrietada, acepté la llamada, pero permanecí en silencio.

—Erika... escuches lo que... ahora...

Fruncí el ceño. La voz se escuchaba completamente distorcionada. Sabía que la bocina del celular posiblemente dejase de funcionar luego de que se mojara, pero, ¿en serio? ¿Justo ahora recibía una llamada de Odiseo?

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