Capítulo 56: Uno más uno no siempre es dos

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¿Conocen esa sensación que te invade cuando te sumerges en una piscina? La presión del agua tapa tus oídos y te auto-prohíbes respirar porque sabes cómo terminará aquello. Sientes la necesidad de abrir los ojos para ver todo desde otra perspectiva estando bajo el agua pero sabes que si lo haces un pequeño ardor vendrá acompañado. Por lo que dudas. 

Sabía que algo similar me sucedería. Lo sabía porque ya podía sentir el ardor en mis ojos sin siquiera haber visto a Keitan.

De una forma u otra estaba sufriendo. Así que, ¿por qué no sufrir un poco más haciendo un esfuerzo por abrir mis ojos?

En el instante en el que los abrí, los volví a cerrar. El agua continuaba cayendo sobre mí y me hacía parpadear frenéticamente. 

Keitan, quién notó aquello, no tardó en apagara la ducha.

Estaba tumbada en una tina con casi la mitad de agua.  Posiblemente Keitan me hubiese tirado allí para que reaccionase.

Él no tardó en posicionarse a mi izquierda y atraerme hacia sí.

Solté un quejido contra su pecho. Últimamente odiaba tanto despertar. 

Despertar y afrontar los problemas que me rodeaban. 

Recosté mi espalda contra el borde de la tina. Enfoqué la mirada en mis brazos, el chico a mi lado los movía de un lado para otro. Fue entonces cuando comprendí que Keitan estaba retirando varias intravenosas que tenía en mis muñecas y ante brazos. Giré mi cabeza hacia ambos lados para aminorar el dolor en mi cuello y distinguí un destello transparente casi platinado cerca de mi rostro.

Llevé mis manos hasta allí con desesperación. Jadeé al sentirme asfixiada por las extrañas máquinas que me rodeaban, las camillas y el frío. 

—Shh, ya está White. Es solo una cánula nasal —dijo llevando sus manos a mi nariz y retirando lo que anteriormente parecía haber estado facilitándome el oxígeno.

Miré a mi alrededor. Habían varias estanterías de cristal. Máquinas platinadas, armarios metálicos en una esquina. Varias camillas bien acomodadas, cubiertas por el típico papel barato. Sin embargo, una de ellas estaba mal arreglada, como si alguien hubiese estado allí acostado. Tumbado en el piso estaba el estante metálico donde aún había un suero y este había hecho un pequeño charco alrededor. No quería pensar que yo había estado en aquella camilla, con varias personas haciéndome exámenes como mi padre había dicho. Pero sabía que si Keitan había estado tan desesperado por quitarme todas aquellas intravenosas no era por nada bueno. El agua en la tina estaba tibia, pero comenzaba a enfriarse.

Keitan me estaba hablando. Susurraba algo que no entendía muy bajito, cerca de mi oído izquierdo. 

Pero yo acababa de despertar luego de lo que fuese que me había pasado, mis oídos estaban tapados por el agua, y no había cumplido con mi crisis existencial de hoy luego de haberme enterado de todo aquello que Centurión me había contado.

Pero no había tiempo para aquello. No cuando comprendí que Keitan no podía estar allí. 

No podía estar allí porque yo misma lo había visto en aquella grabación, atado de manos y pies y tumbado en un piso lleno de escombros. 

Mi cuerpo últimamente no paraba de jugar a ser diva. De repente sentía demasiada fuerza, me sentía capaz de correr un maratón sin siquiera cansarme. Luego, sin más, toda la fuerza se iba al diablo. Comenzaba a sangrar, me mareaba y terminaba haciendo el ridículo. 

Y justo ahora me sentía fatal.  Supuse que así se sentía estar enferma, Raquel una vez me había detallado ese padecer. Simplemente tenía ganas de ser un vegetal. Sin moverme, sin hacer absolutamente nada porque no sabía dónde encontrar aquella fuerza que necesitaba.

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