Capítulo 17: Estoy en contra del alcohol

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"A solo siete millas de Sídney, a un millón de millas de las preocupaciones

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"A solo siete millas de Sídney, a un millón de millas de las preocupaciones."

Esa frase era frecuentemente citada por la gente de Manly, y ahora entendía porqué.

Escuché el sonido de la música y me sorprendí. Juro que si un tiburón me hubiese mordido no estaría tan sorprendida. Y es que la música había comenzado a sonar repentinamente.

¿De dónde venía esa música? Obtuve mi respuesta al ver algunas antorchas encenderse al otro lado de la costa.

Nadé de regreso a la orilla, tomé mi mochila y las botas en mano y caminé por el paseo siguiendo la melodía.

El viento alborotaba aún más mi cabello y es que había intentado no mojar ni mi cabello ni mi rostro, pero lo cierto era que las puntas de mi cabello no habían podido salvarse del agua salada. Algunas personas que aún caminaban por allí me miraban, pero volvían a su mundo rápidamente.

Casi me encogí de hombros, con algo de suerte no me reconocerían como la elegante y disciplinada hija de los White.

¿Pero entonces quiénes eran aquellos dos hombres vestidos varonilmente que no dejaban de seguirme con su mirada? ¿Y por qué usaban lentes oscuros si ya la noche había caído?

-Buenas noches -dijo uno de ellos cuando pasé por su lado.

-Buenas noches -respondí simplemente -. Bonitos lentes de sol -dije no resistiendo aquel comentario.

-Cualquier ocasión en buena para utilizarlos -dijo ladeando la cabeza.

Asentí y continué caminando.

Tomé mi celular, busqué la cámara frontal y llevé a cabo aquel truco que Antonio me había enseñado. Asegurándome de que definitivamente no me estaban siguiendo.

Estaba paranoica. ¿Qué de malo tenía saludar con el típico "Buenas noches"? Nada, solo era un acto de educación.

Cuando estuve segura de que la música salía de una cancha de baloncesto, rotulada como El Bazar, donde el piso era de un gris neutral y las paredes contrastaban llenas de grafitis coloridos, quedé impresionada.

Todo allí irradiaba arte. La arquitectura, las antorchas que alumbraban un improvisado camino, los dibujos en las paredes, la música y el grupo de chicos que bailaban alegremente.

Tal vez eso fue lo que me motivó a acercarme. Pero cuando lo hice, el chico que hacía el papel de DJ detuvo la música y todos miraron extrañados a la chica que se detuvo bajo el umbral.

-Vaya, vaya... -dijo un chico de unos veinte años, acercándose -¿Quién es la chica que osa entrar a nuestro Bazar?

-Soy...

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