Capítulo 59: Estrellas fugaces

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Tenía recuerdos leves de mi infancia. Recuerdos en los que era una chiquilla greñuda en una mansion demasiado grande en Melbourne, dejando que mi niñera cepillase mi cabello puesto que mi madre no lo hacía.

Por razones desconocidas, mis padres habían dejado la mansión y se habían mudado a uno de los apartamentos más costosos en Sídney, y habían contratado a un guardaespaldas.

Continuaba siendo una chiquilla greñuda para ese entonces. Demasiado curiosa para habitar en un mundo de alta sociedad. Y Antonio siempre había estado brindandome todo el apoyo para encajar en aquel mundo. Al principio lo odiaba, lo odiaba mucho. Luego él se fue ganando mi cariño. Así hasta que me fui convirtiendo en una muchachita hecha y derecha, aunque igual de terca e indiciplinada, y él se convirtió en mi cómplice y único amigo.

Por mi mente cruzaban cientos de pedazos de converzaciones. A mitad de verano me había enterado que Antonio era el hijo de un doble agente. No lo culpaba, yo también había resultado ser la hija de uno. ¿Cómo no había sospechado nada? ¿Cómo había ignorado todos los detalles?

Sus ojos igual de azules que los míos. Su intenso interés en mí. Los contactos que parecía tener en todos lados. El entrenamiento potencialmente peligroso que poseía. Su forma de pensar, de actuar, de analizar todo a su alrededor. 

Keitan y yo habíamos hecho un estúpido trato de cero secretos. Ese día, luego de comer, Keitan mismo me había contado la historia de Antonio. Se rumoreaba que Antonio era el hijo de un doble-agente, lo que lo convertía automáticamente en uno.  Supuestamente el padre de Antonio había trabajado para la ASIO y luego los había traicionado. Keitan me había dicho que su padre posiblemente lo había entrenado y que de él había aprendido sus mañas. Que Antonio hacía favores a cambio de otros favores, que por eso tenía muchos contactos y que era bueno ocultándose. Tiempo después corrió el rumor de su muerte, cosa que obviamente había sido mentira.

¿Cómo yo no me había dado cuenta de la verdad? ¿Cómo era posible que aún siendo tan atenta a los detalles, no hubiese atado los cabos? Todo había estado frente a mis narices, pero yo había estado aferrandome a mis crisis adolecentes.

¿Por qué Antonio había fingido su muerte? ¿Por qué en una de las converzaciones que había espiado él le recordaba a Odiseo que había roto varios protocolos? ¿Y por qué sentado en una mesa me había afirmado que odiaba a su padre?

Odiseo me había entregado un sobre amarillo aquella vez, cuando me ayudó a escapar de la CIA. Pero en aquel sobre amarillo no había nada más que fotos mías acompañadas de descripcciones cuantitativas y cualitativas. Y ahora solo me quedaba recapitular, poner sobre la mesa toda la información que tenía y atar los cabos de la manera más cínica posible.

El orfanato del cual había sido sacada ya no existía. Lo habían cerrado hacía aproximadamente once años, y hace once años atrás yo tenía seis años. Pero los registros que Antonio ocultaba tras aquel espejo trampa en su habitación decían que yo había sido adoptada a la edad de seis años. Por lo que estaba claro que el orfanato había cerrado seguido de que los White me hubiese adoptado. Había crecido en una mansión en Melbourne, tenía vagos recuerdos de eso. Y al cumplir los diez años nos habíamos mudado al apartamento en Sídney. Fue entonces cuando Antonio se había convertido en mi guardaespaldas. Pero ciertamente, ahora que los flashbacks decidían hacerme una película personal, podía verme escabullirme entre los inmensos jrdines de la mansión en Melbourne para espiar a aquellos hombres que siempre parecían vestir de negro; y a uno de ellos en especial que siempre parecía saber dónde estaba. Era el más jóven de entre todos para ese entonces, el más serio. Y recuerdo haberme burlado de él en varias ocasiones. También recuerdo lo mucho que me molestaba que siempre supiera todo.

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