Capítulo 43: El azul de un reflejo

137 17 38
                                    

Keitan salió de la residencia de Apolo furioso.

De verdad que estaba furioso.

Yo iba atrás de él, siguiéndolo con pasos apurados sin atreverme a hacer ningún tipo de comentario del cual pudiese arrepentirme luego por su alto nivel de estupidez.

Abrió la puerta del lado de pasajero del auto y la dejó así para que yo entrase. Antes de que lo hiciera ya él había rodeado el auto y tomado asiento como todo buen conductor.

Cerré la puerta del auto justo cuando Keitan aceleraba. De más estaba decir que no lo había fulminado con la mirada por eso sólo porque sabía lo molesto que estaba.

También estaba de más decir que Dominic nos había dejado un auto aparcado frente al departamento sólo por si pensábamos que la motocicleta no era apta para la ocasión o queríamos un viaje más calmado.

Había obligado a Keitan a que inspeccionase ese vehículo completamente antes de que si quiera lo encendiera.

Misteriosamente el auto no tenía nada sospechoso, así que había terminado aceptando montarme en aquel auto sólo por el hecho de que Keitan había afirmado que era seguro y por la supuesta probabilidad de lluvia que Keitan había pronosticado caería en la tarde.

Miré de reojo al chico a mi lado. Una mano descansaba en la palanca del auto estándar que conducía y la otra apretaba el volante como si quisiese estrangularlo.

Algo andaba terriblemente mal.

Y lo supe cuando Keitan se detuvo en un cajero automático y retiro una gran suma de dinero.

—Ehh... ¿Hay algo que quieras contarme? —pregunté luego de mucho, realmente mucho tiempo.

Y es que Keitan había salido como alma que lleva el diablo de casa de Apolo. Había estado pasándosele a los autos lentos en la autopista y luego, simplemente había tomado un camino de tierra y se había perdido entre árboles y árboles, cada vez alejándose más de la civilización. Eso sin contar las innumerables veces que había estado viendo su reloj de mano y maldiciendo entre dientes.

—¿Pudiste hablar con Morgan?

Apreté mi mandíbula cuando pasaron cuatro segundos y no obtuve respuesta alguna. Y, seamos sinceros, yo era una persona de muy poca paciencia y ya comenzaba a molestarme.

—Ok, mira, sea cual sea el problema que tengas ahora no la vengas a coger conmigo.

—White, no sigas por ahí —advirtió.

—No me eches el visto malo porque no he hecho nada —continué —. ¿Por qué no me dices qué es lo que sucede para así poder ayudarte?

—Ya basta, White.

—¡¿Basta de qué?!

—¡De todo! ¡Basta de todo, maldición! ¡Déjame pensar! —exclamó y me enfurecí aún más.

—¡Perfecto, Black! ¿No me vas a decir qué diablos sucede, verdad? Se supone que debo acompañarte a no sé dónde porque casualmente te enteraste de que puedo estar en peligro y de que Morgan te ocultó algo que bien parece ser sagrado y para colmo me dejas en el maldito anonimato. ¡No me explicas nada y quieres que te siga a ciegas!

—Mientras menos sepas mejor —dijo.

—Ah, entonces, ¿se supone que no debo saber a dónde diablos vamos? ¿Se supone que no debo saber por qué sacaste tanto dinero del banco ni por qué diablos llevas casi una hora conduciendo entre montañas?

—Exacto —dijo fríamente.

—Detén el auto —ordené —. Te dejaré "pensar".

Su vista se mantuvo al frente, la velocidad del vehículo continuó igual.

Tazmania Donde viven las historias. Descúbrelo ahora