Estuve todo el vuelo pensando en diferentes teorías de lo que pudo haber pasado, qué será lo primero que haré al llegar allí o cómo sería el lugar. Por un momento, dejé de lado mis pensamientos de espía y comencé a pensar como la artista por la que me haré pasar y de hecho me gustó hacerlo. Me imaginaba cómo sería el lugar, la gente que habría allí, qué se sentiría vivir—aunque sea sólo por unos días—como alguien adinerado. En fin, tuve que volver a la realidad: padres divorciados, diecisiete años de soltería, una vida anormal y lo peor, la escuela.
Brussard me había dado todo un manual que tenía que seguir al pie de letra para llegar al campamento. Del aeropuerto, me dirigí a la estación de tren y tomé el que me habían indicado. El camino duró una media hora. No pude ver demasiado de Londres porque el tren se desvió hacia las afueras, al campo. Fui todo el camino pegada a la ventanilla, no me quería perder de nada. Es posible que esta sea la primera y última vez que venga.
Los árboles comenzaban a volverse más continuos, lo que significaba que nos estábamos adentrando al bosque. Villiers no tiene que estar muy lejos de aquí. Comencé a mirar hacia todas partes, a ver si veía una gran casa que sobresaliera de los árboles.
—¿Primera vez que estás aquí?—preguntó la señora que estaba sentada a mi lado. Aparentaba unos setenta años, tenía el cabello blanco como la nieve y me sonreía alegremente.
—Sí, es la primera vez—sonreí tímida.
—¿Qué te trae a las afueras de la ciudad?
—Un campamento—respondí y volví a mirar por la ventanilla—Creo que allí está—señalé hacia la casa que se lograba ver a lo lejos y sobresalía de entre los árboles.
La mujer observó el lugar que señalaba, negando con cabeza ceñuda.
—Creo que te confundes, eso que ves allí es Villiers, la casa de los St. Clair—explicó la mujer dulcemente.
El tren pasó la casa y se detuvo unos metros después, en la estación.
—Entonces es allí—tomé mi maleta de mano y me despedí de la señora.
La mujer no dejaba de mirarme asombrada mientras me iba por el pasillo. Al parecer, los St. Clair eran bastante prestigiosos por aquí.
Al llegar a la estación, un hombre de traje se me acercó y miró mis maletas.
—¿Eres Alexandra Crawford?—me preguntó.
—Sí—contesté sonriente.
—Bienvenida, me llamo Walter Dixon y trabajo para los St. Clair. Te llevaré a Villiers—explicó y me ayudó con las maletas.
El hombre me guio hacia una camioneta que había afuera y cargó las cosas en el maletero. Luego, me hizo subir al auto y comenzó a conducir hacia la casa. Dixon era el jefe de guardias de Villiers desde hacía veinte años, Brussard me había pasado la información de todas las personas que trabajaban en la casa y me las tuve que aprender de memoria.
—Cuéntame, Alexandra, ¿estás feliz por llegar?—preguntó el hombre mientras manejaba.
—Bastante—respondí.
—Buenísimo, te garantizo que la vas a pasar muy bien. Liz St. Clair se encarga de que cada día sea perfecto—comentó—¿Cómo te enteraste de este lugar?
—Un amigo me habló de Villiers—respondí según las respuestas a posibles preguntas que Brussard me había dado.
Dixon asintió con su cabeza y detuvo el auto frente a un imponente portón de rejas negras. Cuando el portón se abrió, entramos con la camioneta y seguimos un largo camino de piedras en medio de una arboleda. Al final del camino, se encontraba la casa, tal como en la foto y aún más grande se veía.
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El Campamento
Teen FictionAlexandra Crawford no es sólo otra adolescente, trabaja en servicio secreto. Torpe, optimista, osada, vulgar y bromista son algunos de los adjetivos con los que la describen pero hay uno que nadie tiene en cuenta: es astuta. Cuando ella creía qu...