Capítulo 30: El Muerto y El Fugitivo

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Luego de salir de mi casa llevé a Steph al escondite de Jay en aquella abandonada estación de tren. Ella estaba encantada con todo lo que veía, como si el sueño de toda su vida hubiese sido ir a una fantasmagórica estación de trenes que fácilmente podría pasar como escenario para el asesinato perfecto ¡Y, oh, sí! no olvidemos que debajo del suelo había un posible psicópata.

—¡Este lugar sí que tiene estilo!—exclamó Stephanie.

Jay, quien como siempre estaba en su computadora, volteó hacia nosotras y miró a Stephanie como si estuviese viendo a un payaso y luego me miró a mí.

—¿Ella?—la señaló Jay—¿En serio, Crawford?

—Sí, ella—la defendí. Stephanie andaba recorriendo la habitación mirando todo como si fuera de otro mundo—¿Tú a quién tienes?

—Cariño ¿Dónde está el baño?—escuché esa voz de estúpida, que me sonaba tan familiar, justo detrás de mí.

Al voltear me encontré a Lily Stevens con un rollo de papel higiénico en sus manos. Volteé hacia Jay con la mandíbula tensa.

—¿En serio, Thompson?—lo imité.

—Alex, hace mucho no te veo—me saludó Lily entre dientes.

Le sonreí sarcástica y volteé hacia Jay, mirándolo seria.

—Tenemos que hablar en privado—le dije.

Fuimos hacia a un rincón alejado de la habitación donde las otras dos no nos pudieran escuchar.

—¿Por qué ella? Es la persona más estúpida que conozco, me supera—susurré.

—Ten más respeto, aún es mi novia—me regañó.

—Porque no la viste mientras dormías—suspiré irónica.

Lo que en realidad quería decirle es que tiene cuernos más grandes que un mastodonte; pero eso no sonaba muy amable de mi parte. Lily no era la novia más fiel.

—Escucha, ella tiene acceso a los sistemas de seguridad de todo el edificio de la Torre, sabe todas las claves. Nos facilitaría mucho que nos ayudara ¿Sino por qué crees que la sigo aguantando?—dijo Jay.

—¿Cómo sabes que no dirá nada?

—Que digamos, Lily tiene algunos muertos bajo la cama que podrían llevarla a la prisión—me guiñó un ojo—No dirá nada.

Respiré profundo y terminé asintiendo con mi cabeza. Lily no me convencía.

—Por cierto, conseguí a nuestro proveedor de armas; pero no te gustará—le dije a Jay.

—¿Quién?

—Albert Greenberg—murmuré.

—¡¿Green?!—levantó la voz.

—Tranquilo, hermano—alcé los brazos—Es de mi confianza. Ya llegó, hay que hacerlo pasar.

Mi amigo Albert era descendiente de afroamericanos y siempre vestía con ropa varios talles más grande que él, además le gustaba usar gorras. Cuando le abrimos la puerta, traía una valija a la que había pintado con aerosoles, uno creería que lleva pinturas ahí dentro.

Albert era conocido en toda la Academia con el apodo de Green. No había una sola persona que no hubiera escuchado hablar de Green, él era el que proveía a los alumnos armamentos espía especiales que no podrían obtener por su cuenta en la Academia. Nadie sabía de dónde los sacaba y tampoco nadie preguntaba.

—¡Alex, mi pequeña artista!—exclamó cuando me vio y chocamos puños—Yo le enseñé el arte a esta niña.

—Pintamos un graffiti juntos—sonreí orgullosa.

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