Capítulo 49: Adam St. Clair

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Adam me había abierto la puerta. Nada había cambiado en él desde la última vez que lo vi, hasta parecía estar usando los mismos pantalones de viejo.

—Sabía que vendrías—dijo Adam inexpresivo y luego miró hacia todas partes—Entra ¡rápido!

De un momento a otro parecía estar nervioso, incluso alterado. Hice lo que él dijo. Adam cerró la puerta y la trabó con llave. Luego cerró la cortina de la ventana que había al lado de la puerta y volvió a mirar por un costado de la tela. Susurró algo que no comprendí y volteó hacia mí.

—Por aquí—me indicó sin mirarme.

Adam me llevó prácticamente corriendo por la casa. Recorrimos el pasillo donde estaba la habitación que compartía con Gracie hasta llegar a la habitación del fondo, la suya. Este lugar se veía tan distinto, había mucho silencio. Ya no lo veo tan pintoresco como solía verlo, hasta se ve aburrido.

Entramos a la habitación y Adam la cerró con llave. Me puse un poco tensa, suerte que traje una navaja conmigo, este hombre asusta. Adam se dirigió a la biblioteca y la abrió hasta dar con la habitación secreta. Una vez que estábamos dentro de esa habitación él pareció relajarse. Adam tomó asiento en un sillón y me pidió que hiciera lo mismo en el sillón de enfrente. La habitación estaba cálida, pero mi cuerpo estaba helado y mi pelo, húmedo.

—¿Té?—preguntó y me ofreció una taza.

Negué con la cabeza. Aunque me muero por tomar algo caliente no me fío de él. Adam se encogió de hombros y comenzó a beber de su taza.

—Dijiste que sabías que vendría—dije tímida.

Él dejó de beber té y asintió levemente con la cabeza. A la luz de la chimenea, Adam se veía más joven y elegante.

—Cuando contrataste a Jason ¿Tú sabías que espiaba para Brussard?—proseguí.

—Lo supuse, lo confirmé cuando encontraron su cuerpo—contestó y continuó bebiendo té tranquilamente.

—¿Y Amy Lambert?

—No—respondió juntando las cejas. Seguido, hizo una pausa y me observó—Pero eso no es lo que tú quieres saber.

Bajé la mirada hacia el fuego que ardía pacíficamente en la chimenea y tomé aire.

—¿Tú tienes los archivos?—pregunté al fin.

Adam dejó la taza de té sobre la mesilla y se acomodó en su sillón.

—Eras muy pequeña como para recordarlo, recién habías empezado tu entrenamiento—relató Adam. No entendía qué tenía que ver todo esto con lo que acababa de preguntarle—Yo solía trabajar para Brussard, era científico en la Torre. Comencé a experimentar, usé nuevas sustancias, algunas de ellas estaban prohibidas. Brussard me despidió y me sacó mi título académico. Tantos años de estudio, de investigación, todo terminó en un papel arrugado en la basura.

La mirada de Adam estaba perdida en un cuadro en la pared, en un diploma con su nombre.

—Pero hay algo que nadie entiende, por qué me enojé tanto que quise vengarme—apretó sus puños—En ese entonces éramos amigos, yo era su mano derecha. Sus negocios también eran los míos.

—¿Sabes lo que pasó con Joseph Cranston entonces?—hice alusión al antiguo director de la Torre, cuya misteriosa muerte causó mucho revuelo.

Adam suspiró y rio irónicamente.

—Cranston nos descubrió vendiéndole armas a un grupo criminal que luego las traficaba. Brussard le pagó a unos hombres para que lo asesinaran. Yo no estuve muy de acuerdo; pero si no iríamos a prisión. Le hicimos creer a todos que fueron narcotraficantes quienes lo asesinaron, aunque había muchas versiones—suspiró—En fin, Brussard quedó impune y asumió el puesto de Director, lo cual le facilitó la venta de las armas.

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