Capitulo I

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—¡Corre! —gritaba Eduardo con todas sus fuerzas —, ¡corre Liz! —ella corría lo más rápido que podía, mas no lo suficiente. Los sujetos que les perseguían les dieron alcance.

—¿Creiste que escaparían? —Exclamó el tipo más grande. Eduardo se puso frente a su prometida para que no le hicieran dañó.

—¿Que quieren? Ya les he dado todo lo que tengo, ¿quieren más dinero...? Solo denme tiempo y les daré todo el que tengo, solo, solo no nos hagan daño. Por favor —decía suplicando.

—Sabes, ésto no funciona así. —el hombre fornido tomó a Eduardo por los brazos haciendo palanca en sus hombros para que no se soltará, pero lo que ellos no sabían es que él no pensaba moverse con tal de que no lastimaran a Elizabeth.

—¡Déjenlo por favor! ¡Él no a hecho nada! ¡Por favor, por favor! —suplicaba Elizabeth llorando.

—Lo lamento mucho niña —Dijo el otro tipo antes de darle un fuerte golpe en el estómago a Eduardo haciendo que éste se doblará. Elizabeth solo observaba la escena aterrorizada. Con sumo cuidado Eduardo la miró y artículo un —corre— imperceptible para los hombres, pero que ella claramente había entendido. Entre lágrimas nego. Mientras tanto los hombres se ensañaron a los golpes con él, uno tras otro, uno tras otro hasta que cayó al suelo doblado en un ovillo. —Vete—volvio a articular, ésta vez Elizabeth si le hizo caso y comenzó a correr. Eduardo con las pocas fuerzas que le quedaban se levantó y se le echó encima al tipo más fornido, pero jamás se hubiera imaginado lo que a continuación sucedería. El otro hombre saco un arma de su cintura y la apunto hacia Elizabeth; Seis disparos, seis disparos saliendo del arma he impactando en el cuerpo de ella.

En ese momento todo sucedió en cámara lenta, el cuerpo de su amada caía al suelo ante los ojos de él, con trabajos fue hasta ella llorando, gritando y maldiciendo a los hombres causantes de ésto. El mismo hombre que había disparado a Elizabeth se acercó y apunto directamente a la cabeza de él, te mandaron éste saludo. Y disparó.

Eduardo se despertó sudando y en pleno trance, se sentó a la orilla de su cama y agarró fuertemente su cabeza. Había sido solo una pesadilla, una qué tal vez nunca lograría arrancar, una que permanecería por siempre en su mente. Siempre trataba de salvar a Liz, pero terminaba muriendo de diversas maneras. Al final esa era su penitencia por no haberle podido salvar. La misma pesadilla, reviviendo el mismo momento una y otra vez.

•Actualmente


— Pasé, siéntese — Me dijo el sr Eduardo haciendo ademán al sofá que teníamos frente a nosotros. Yo, dentro de un tumulto de nerviosismo, me senté.

La fuerza del destino (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora