CAPITULO LX

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Alexander

Observó su rostro pálido, está un poco delgada, pero eso no le hace ser menos hermosa. Duerme plácidamente en su cama, puse unas cadenas en sus pies, no me gusta tenerla así, pero deberá acostumbrarse, debe saber que ya solamente me tiene a mí, así como yo solamente la tengo a ella.

Entre sueños comienza a moverse desesperada, sus pies chocan por las cadenas y ella comienza a sollozar dormida. De inmediato me levanto y voy a ella, acomodo sus pies para que no se lastime y peino su cabello lejos de su rostro, ella sigue sollozando... y habla bajo, está soñando con alguien...

—Eduardo... —pronuncia con dolor —¿por qué? ¿Por qué ya no me amas?—siento como bilis sube por mi garganta, la sola mención de ese nombre me exaspera, y más cuando sale de sus dulces labios.

—Él no está aquí, mi pequeña. Pero yo sí, yo si estoy y aquí me quedaré, siempre a tu lado. —susurro para tranquilizarla. Pero ella no deja de patalear, y en un movimiento brusco hace que una de las cadenas se apriete demasíado y el dolor eso hace que el medicamento pierda efectividad. Abre los ojos asustada, y al verme de inmediato se tensa. Eso realmente me duele.

—¡Alejate de mí! ¡Te he dicho que no te quiero cerca mío! ¡no te quiero cerca! —y comienza a moverse lejos de mí. Y este tiempo había estado acariciando su cabello para tranquilizarla.

—Te he demostrado que no quiero hacerte daño.

—¡Ya lo hiciste! ¡¿De verdad crees que secuestrarme me hizo un bien?! ¡Estas loco! ¡Estas loco, eres un enfermo!

—¡Te he cuidado! —le grite exaltado, me estaba poniendo de malas.

—Nunca, escúchame bien —escupio con desprecio —nunca te voy a amar, no siento nada por ti, más que odió. —Fue un impulso, cuando me di cuenta mi mano ya había ido a dar a su bello rostro. Ella poco a poco me miró, muy a pesar de lo que yo pensaba, su mirada no reflejaba miedo, no, demostraba lo que justo me había gritado: Odio.

—¡Pegame, haz lo que quieras conmigo! Pero nunca voy a sentir nada, más que odió por ti. Eres el ser más despreciable y enfermo que he conocido en mi vida.

—¡Pues no pienso dejarte ir! Eduardo no te ama, nunca te amo. Solo fuiste una más, en cambio yo... yo soy todo lo que tienes ahora, y si no te comportas y me agradeces que te estoy cuidando, las cosas cambiarán ya no seré más el Alexander bueno. Ten en cuenta que nadie sabe que estás aquí, así que no te queda nada, más que yo.

—¡No me importa! Y si este es mi destino, prefiero estar muerta, ¿lo comprendes? ¡Prefiero estar muerta! —Me levante y salí del cuarto cerrando la puerta por fuera. —¡Te odio Alexander! ¡Te odio con todo mi ser! —Hice como que no escuché nada, despues de todo ahora se encontraba molesta, ya se le pasaría como veces anteriores. Ya había tratado de escapar varias veces, es por eso que había tomado la medida de ponerle cadenas en los pies. Tendría que comenzar a salir más seguido, y aún no confiaba en ella para dejarla sola, tendría que comenzar a atarla a la cama. Ya le limpiaria llegando.

Me metí al baño y me di una ducha rápida, ya no había agua caliente y la que salía del grifo estaba realmente fría, espero para navidad poder encender la calefacción de este lugar, se estaba poniendo un clima bastante helado. Quizá para ese tiempo ya pueda dormir con mi dulce Monique, no hay nada más que añore que poder acariciarla, meterme bajo su piel, y que ella goce conmigo. —Oh si bebé, te juro que nadie te a tocado como yo, y no habrá nadie que lo vuelva a hacer, tú eres solo mía.


•Monique

Salió, y yo me quedé un buen rato tratando de tranquilizarme, lo odiaba, lo detestaba. Había ideado un plan, hacerle creer que yo comenzaba a sentir algo por él, no tratar de escapar más, ya que todos mis intentos se quedaban en solo eso, intentos. Después de esas veces, lo único que me ganaba era que me castigará dejándome uno o dos días sin comer. Que me acompañará incluso mientras me bañaba. Esto se había convertido en mi calvario, ya no soportaba esta situación.

La fuerza del destino (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora