CAPITULO XLIII - FINAL

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Dicen que todo pasa por algo. Pero sinceramente ¿aún no se por qué, el sufrimiento persigue más a los buenos que a quienes realmente merecen una dosis de karma en su vida?

La chica demente


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El sonido de un celular me despertó, con el sueño en el semblante tomé el teléfono que ya había dejado de sonar, eh intentado aclarar mi mirada revise el registro, tenía ocho llamadas perdidas, todas eran de Morales. Comenzaba a marcar cuando volvió a sonar, de inmediato respondí.


—¿Diga?

—Señor Romero, le tenemos noticias... ¿lo veo donde mismo?

—Si, aquí estoy.

—Bien, estoy cerca.

—De acuerdo.


Ni siquiera había regresado a casa, los padres de Monique seguían ahí, y realmente no es que quisiera comportarme como un completo capullo, que ya estoy seguro lo pensaban. No, simplemente mi cabeza ya no daba para más, yo solo me bastaba para culparme por ella.

Me levanté del sofá y me fui directo al baño, no se por qué las ganas de orinar no me despertaron antes. Hice lo que tenía que hacer y me lave el rostro, me mire fijamente en el espejo, ni yo mismo me reconocía, las grandes ojeras, el cabello largo y despeinado, mi barba desaliñada me sorprendieron, estaba irreconocible.

—¿Quien eres tú? ¡¿Quien diablos eres tú?! —Y por inercia le di un puñetazo al cristal, haciéndolo añicos. La rabia me carcomía, la culpa me estaba envenenando por dentro. Ví ese reflejo fragmentado, tal y como me sentía realmente —. ¡Le has venido a destrozar la vida a cuántos te topas por el camino! —grite a ese reflejo —, ¡Eres una mierda! ¡Una maldita mierda! No mereces amor, no mereces ser amado, un demonio como tú jamás podría aspirar al cielo. El sonido del teléfono en mi oficina me trajo a la realidad. Salí del baño dejando ligeras gotas carmesí por el camino, me había hecho daño.

—¿Diga?

—Señor Romero, aquí abajo hay un hombre que lo busca. Morales, dice que se apellida.

—Si, déjalo pasar.

—Entendido señor.


En cuestión de unos minutos ya estaba frente a la puerta de mi despacho, yo sentía que ya no podía más con la incertidumbre, con el dolor, con la culpa, necesitaba saber algo de ella, tener la esperanza de poderle devolver su libertad. De inmediato camine hacia él.

—¿Que ha pasado? —Me dió una rápida ojeada y su mirada se detuvo en mi mano, que tenía hecha puño.

—¿Se encuentra bien? —dijo haciendo ademán a la sangre en el suelo.

—Si, no se preocupe, un pequeño accidente, —él solo asintió poco convencido —. Pero dígame, ¿que ha pasado? Dígame por favor que los encontraron.

—Lo tenemos, —articuló con seguridad—, hemos seguido su rastro hasta las afueras de la ciudad, realmente ha sabido esconderse bien, a ella no la hemos visto, pero él está trabajando en un restaurante de comida rápida. Padilla se ha quedado vigilando el lugar.

La fuerza del destino (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora