Capitulo XXIII

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El miedo en ocasiones nos congela, nos mantiene al margen de muchas cosas bellas que se nos escapan de la vista, de sentimientos magníficos que nos negamos a sentir, pues estamos cegados por ese velo que nos envuelve. El miedo es un lastre que solamente nos obliga a cerrarnos ante la posibilidad de ser felices. El miedo en ocasiones suele ser nuestro peor enemigo.

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«Eduardo»
             
Pareciera que había pasado tanto tiempo desde que se sintió tan bien, hasta feliz podría animarse a decir. Eso había sentido cuando Monique de la nada lo estrecho entre sus pequeños brazos, su calor, su aroma avainillado lo envolvieron, y por primera vez en mucho tiempo se sintió seguro.
Ese beso significo todo, mientras observaba sus bellos ojos grises, llenos de ternura, y otra cosa que no supo averiguar, ¿no sabía que había cambiado? la noche anterior ella había estado completamente renuente a tener algo, pero hoy, así de la nada le abrazo.

No es que me estuviera quejando, obviamente.

Mi mirada cayó a sus labios, y sin su consentimiento me acerque a su boca, quería besar esos labios rosados, su forma de corazón era hermosa, y esa manera en como chupaba una esquina de su regordete labio inferior le causaba cosas en el estómago, fue entonces que uni nuestras bocas. Hacia tanto que anhelaba un beso, uno real.

Un suspiro salió de Monique, ella era terriblemente adorable, y yo un completo idiota por haber desperdiciado tanto tiempo tratando de alejarla, pero no más, eso era cosa del pasado, la quería cerca, la quería conmigo, siempre.

Ese beso había llegado en el momento indicado pues no aguantaba los nervios, el estrés.
Los detectives me habían llamado a primera hora de la mañana. Eso solamente significaba una cosa, habían encontrado al agresor de Monique, me fuí lo más pronto que pude, ella aún no despertaba.

Yo ya estaba decidido a alejarme de ella si así lo decidía, más rogando silenciosamente a que me diera una oportunidad para demostrarle que mis sentimientos eran reales.

llegando al lugar acordado estaba un auto esperando por mí, estaba a las afueras de la ciudad, en una bodega abandonada, baje del auto a toda prisa, de inmediato los dos detectives que había contratado se percataron de mi presencia, bajo del auto el que iba conduciendo.

— Sr Romero, buenos días, cumpliendo con su encargo. Le hemos encontrado.

— ¿Donde está? — pregunté en un tono cabreado —. ¡ese idiota!

—Está dentro — hizo una seña hacía la bodega con la cabeza — Esperé — me sujeto del brazo — Tranquilo sr Romero, no ha sido tan fácil traerlo aquí, tuvimos que utilizar la fuerza.

Simplemente asentí y camine hacia la bodega.

En cuanto entré ví a un tipo en el suelo atado de pies y manos. La rabia me hizo caminar con grandes zancadas hasta él, sin saber que hacía me agaché y lo tomé por la camisa obligándolo a levantar la mirada hacia mí.

— ¿Quien carajos eres tú ?— escupió el hombre.

— tu peor pesadilla —  lo levanté del suelo, el tipo era grande, pero yo era mucho más alto y fornido que él. — ahora pagarás lo que le hiciste a aquella joven hace más de un mes.

El hombre abrió los ojos impactado, jamás se hubiera imaginado que lo podrían encontrar, toda acción, tiene consecuencias, y el karma ya le había llegado: era yo.

- ¿Que quieres de mí? - pregunto el hombre claramente alterado.

— Dime, ¿Acaso creíste que podrías salir de ésta? ¿Después de  casi matar a Mo... a la joven?
No creo, lastima que la policía fuera lo bastante inepta para poder agarrarte.

La fuerza del destino (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora