LVII

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Eduardo

Veintiocho días sin ella, en cada giró que da el reloj, siento que pierdo un poco de mi alma, se me escapa en cada suspiro. Caminó y me siento como un autómata que solo está programado para sentir dolor. Los recuerdos me nublan el pensamiento, nuevamente las pesadillas me atacan, hacía más de un año que no tenía ninguna, desde que ella llegó a mi vida, ahora se alternan, Monique, Elizabeth, a ambas las pierdo, ambas estan en un charco de sangre. Despierto empapado en sudor, el licor es lo único que logra calmar mis nervios, Padilla y Nora me han sugerido que vaya al médico para que me recete unos calmantes pero... ¿¡Cómo carajo me piden que me calmé?! ¡¿Cómo hago eso, si la mujer que amo puede estar sufriendo?!

Pasó de la rabía al dolor en cuestión de segundos, no soporto que nadie me diga nada, lo único que quiero es encontrarla con bien.

—¿Eduardo? ¿Estás despierto? —dice Samantha tocando ligeramente mi puerta, le he puesto el seguro. Hace una semana cerré todas las cortinas y me quedé en penumbra, no soporto la luz, ni el ruido. —Eduardo, por favor, responde. Necesito hablar contigo. —Eso me hace levantarme, tal vez puede ser algo de Monique. No he tenido noticias de Padilla ni de Morales en días, les he llamado, pero manda a buzón, me temo lo peor. Abro la puerta y la luz me ciega por unos instantes.

—¿Que sucede, es Monique? —preguntó con un tono esperanzado.

—No Eduardo... —de inmediato la ira me inunda, y no tiene nada que ver con Samantha, porque Dios sabe que nos a ayudado mucho en este tiempo, pero sentí una enorme impotencia.

—¡¿Entonces que diablos quieres?! —Se estremeció ante mi grito, pero siguió de pie frente a mi —¡Nada me interesa, nada salvó lo que tenga que ver con ella!

—¡No eres el único que está sufriendo Eduardo! —contraatacó, lágrimas comenzaron a desbordar por sus mejillas —. ¡No eres el único que la quiere de regreso! ¿Sabes? Eres tan egoísta, que solo te centras en ti, en lo que vives, en lo que sientes, en lo que sufres. ¡¿Y los demás que Eduardo?! ¿No importamos? ¡ES MI MEJOR AMIGA, DESDE NIÑAS NOS CONOCEMOS. YO LA AYUDE A ESCAPAR DE UNA VIDA DE MIERDA. YO ERA SU CONFIDENTE, CASI SU HERMANA! ¡ASI QUE NO ME VENGAS CON ESA MIERDA DE QUE SUFRES MAS! —y entonces se fue llorando, me sentí como eso que dijo, una mierda. Una mierda porque era cierto, solo había pensado en mí, cuando Nora, y ella habían estado a su lado. Fui hasta su cuarto, tenía la puerta cerrada, toque un par de veces —¡DEJAME EN PAZ! —grito desde el otro lado.

—Lo lamento... lo lamento mucho, sé que en estos días me he encerrado en mi mismo, pero todo me trae amargos recuerdos, yo... Solo quiero que ella esté bien, que regrese, no soportaría el perderla. —De pronto abrió la puerta y asomó la mitad de su rostro, lo tenía rojo, y se le notaba más por su color de piel.

—Yo también quiero que ella regrese, y que esté bien -soltó entre llanto y se arrojó a mi pecho. Entonces comprendí que ella la necesitaba tanto como yo. La dejé llorar y desahogarse, lágrimas caían también de mis ojos. Poco a poco se separó de mí y me miró. —La vamos a encontrar, lo sé, algo dentro de mí me lo dice.

—Si.

—¿Eduardo? —Nora estaba en la parte final de las escaleras, mirándonos extraño, de inmediato Samantha se alejó. —¿Esta todo bien?

—Si Nora, —dije limpiándome el rastro de lágrimas que tenía. —¿Que sucede?

—La cena está lista, y más vale que bajes a cenar, ya no pienso ser participe nuevamente en tu auto-suicidio. —Se escuchaba realmente molesta, pero no sé por qué.

—Ahora bajo —respondí.

—Yo... no tengo mucha hambre Nora, creo que tomaré algo para la jaqueca y dormiré temprano, muchas gracias.

La fuerza del destino (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora