Capítulo XXVI

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Un roto para un descosido


Llegamos a la casa, era tal y como yo la recordaba, aunque mis recuerdos pinchaban algo en mi interior, pues de lo que había en mo memoria era a un Eduardo completamente distinto al Eduardo de ahora, antes él había sido un completo imbécil.

Era extraño llegar así, ¿Realmente me había acostumbrado tanto a mí soledad? o ¿Simplemente seguía resentida por lo ocurrido en el pasado con él? ¿Acaso Eduardo no me había demostrado ya que realmente no era el mismo de antes? ¿Entonces porque no me sentía completamente feliz?

Esas preguntas que rondaban por mi cabeza, pero a las cuales no encontraba respuesta.

— Demasíado pensativa Muñequita.

— ¿Porque me dices así? — pregunté de repente, no era que me molestará, simplemente me resultaba demasíado raro. Eduardo arrugó el entre cejo y se quedó pensativo por un momento, creí que no me respondería cuando finalmente dijo.

— ¿De verdad no te das cuenta? — su pregunta me dejó descolocada, no sabía a qué se refería.

— ¿De que? — respondí.

— De que pareces una muñequita de porcelana, de esas con grandes ojos y un cabello alborotado de linda manera. - su respuesta me sorprendió y sonreí sonrojada.

— Disculpa, realmente nunca nadie me había dicho eso... — y era verdad, en casa ni mi madre ni mi padre costumbraban a decirlo, y para ser honesta yo nunca lo asumí.

— Eres preciosa — respondió sin siquiera dudarlo - y no solo físicamente. Tienes una fortaleza enorme, un temple de hierro pese a tener solamente 26 años, eres una chica profesional. Y sobre todo dentro de ese enorme conjunto de virtudes, hay un corazón tan grande como para perdonar todas las estupideces que te hice pasar -. Tomo mí mano y me atrajo hacia sí mismo acurrucándome en un cariñoso abrazo, fue lindo, incómodo pero lindo.

— Gracias — respondí limpiando una lágrima que había escapado de mis ojos.

Era realmente difícil que yo llorara, me consideraba una chica dura, no alguien tan frágil, pero lo que Eduardo había dicho era simplemente... increíble. En mi familia nunca me habían hecho sentir especial, y aunque me miraba al espejo simplemente no veía algo que transcendíera más allá de mí reflejó.

No pude evitarlo, simplemente correspondí su abrazo, lo estreche fuerte y él exhaló despacio, recargo su mentón en mí cabeza y me apretó aún mas. Era el segundo abrazo que le daba pues no estoy demasiado acostumbrada a las muestras de afecto, pero él tenía algo que yo había buscado durante mucho tiempo, amor.

— Vén, vamos a comer, huele al guiso de Nora — por fin habló Eduardo sacándome de mi ensoñación.

En cuanto entramos a la cocina Nora casi corrió a abrazarme, fue un hermoso gesto, realmente me conmovió.

La tarde paso entre risas y largas charlas, Nora me contó de las cosas chuscas que hacía Eduardo, como la vez que quiso cambiar una bombilla de su casa y terminó quemando toda la instalación eléctrica. Eduardo alegó que todo el cableado había estado mal.

Yo reí, reí como hacía mucho no lo hacía, como cuando me ponía a platicar con mí mejor amiga Samantha, esas charlas nada forzadas en las cuales era feliz, en las cuales no había preocupación.

También notaba a Eduardo contento, no dejaba de contarle anécdotas de cuando estaba en la universidad, era relajante estar de esa manera, ésto me gustaba, realmente podría acostumbrarme a estar así.

La fuerza del destino (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora